La gota

Érase que se era, como todo lo que ha existido, existe y existirá, una gota de lluvia, ligera, pero consistente, que eligió no caer nunca sobre superficie alguna para no desaparecer.

Tuvo conciencia de sí misma cuando se sintió caer.

Antes, vagas imágenes saltaban a su líquida memoria relacionadas con una enorme nube y miles de gotas acumuladas en ella, pero no podía asegurar que aquellos recuerdos fueran reales, ni siquiera podía asegurar que fueran recuerdos. Así que lo primero que sintió al dar comienzo su existencia como gota individual fue la sensación de estar precipitándose al vacío.

Miraba a su alrededor mientras se deformaba por la velocidad y la presión y veía miles de diminutas gotas, como ella, maleables por la fuerza de la caída, deformadas y estrujadas por una intensa energía que podría asemejarse a la de las tías y familiares que te estrujan la mejilla de forma intransigente cuando tienes regordetes mofletes y ojos grandes. Es un impulso estúpido. Y así se sentía la gota: maltrecha en su recién estrenado infantil orgullo, manoseada por el aire.

De pronto vio que algunas gotas, al rozarse y tomar contacto, se convertían en una sola… ¡Qué susto! -pensó- ¿y dejar de ser yo, para ser… otra cosa? ¿Qué resultará de la unión de dos gotas? Seguro que se pierde mi esencia… No puedo permitirlo. Y la primera lucha de la gota, tras intentar defenderse de la fuerza de la caída, fue no rozar a ninguna otra gota, alejarse de las que se acercaban demasiado por la fuerza rafagada del viento traicionero (eso que sopla y no puedes ver)…

Luego, cansada de tanto esfuerzo, se percató de que algo allí abajo se estaba acercando… ¡Por las barbas de una nube! ¡Eso grande y marrón se acercaba a ellas de forma suicida! ¿Quién le iba a decir a esa gota que ellas eran las que se movían y no la Tierra? Nunca habría podido entenderlo… Pero maldijo y maldijo, estrenando la parte malcriada y maleducada de su forma acuática (nunca podrías imaginar las maldiciones que puede soltar una gota de agua en momentos extremos).

Después de mucho gritar (los gritos de una gota pueden llegar a ser estremecedores, afortunadamente no los oímos), y viendo que, inexorablemente, iba a terminar estrellándose sobre aquella enorme cosa
redonda que ahora parecía plana, intentó encontrar la manera de evitarlo sin perder el control de la situación.

A ver, unirme a otra gota está descartado -pensó- no evitaría el desastre. Intentar evadirme de mi forma corpórea es una cuestión metafísica que, por mucho que traten de explicarme, no voy a entender… ¡soy una gota de agua, no el Dalai Lama!… así que, sólo me queda encomendarme a la Virgen de la gota de agua (extraños son los caminos de la gota) y esperar que ocurra algo extraordinario.

Y ocurrió que, estando la gota a un centímetro del suelo, habiendo visto ya cómo miles de sus compañeras se fundían en la tierra, caían sobre plantas, hojas, ciudades, mares, ríos, seres y niños con mofletes gordos, ocurrió que, inesperadamente, de golpe, se evaporó.

Se hizo el silencio.

Desapareció esa sensación de caída libre, se evaporaron (y nunca mejor dicho) las tensiones. Por un momento, pensó que su existencia había llegado a su fin. Una especie de «muerte de la gota». Pero seguía siendo consciente de su propia existencia, así que aquello debía ser otra cosa… una evolución, como la de los pokemon (las gotas tienen un acervo cultural innato sin origen definido, lo mismo las atraviesa una onda de radio nacional de españa, radio clásica, en plena emisión de Tchaikovski, que el rebote de un satélite de televisión emitiendo dibujos animados; aunque el colmo de una gota es que te rebote información del Meteosat…).

Ahora sentíase flotar, elevándose gracias a una corriente de aire hacia lo desconocido. Su suerte había sido distinta a la de sus compañeras. Seguía siendo una gota, pero gasificada. Y tenía la sensación de que, tarde o temprano, volvería a ser gota pero, mientras, quería descubrir los misterios de lo etéreo, lo que no tiene forma, lo que flota sobre todas las cosas. Por un momento pensó que debía evitar toda superficie. Sí, eso es. Tengo que permanecer como gota en el mundo para ser testigo de todo lo que vive bajo las nubes -se dijo-.

Y, queridos y queridas todos y todas, la gota rebelde sigue allí arriba, enviando informes a las nubes. A veces, cuando se condensa, vuelve a caer como gota, pero ya no se preocupa, tiene garantizado el regreso. Alguna vez casi roza con otras gotas, y en alguna ocasión se ha sentido tentada de dejarse caer y unirse a cosas bellas que le producen una curiosidad infinita: flores de mil colores, hojas anatómicas sobre las que deslizarse, caminos de polvo que la harían estrellarse en forma de estrella con esquinas redondeadas… una vez cayó en forma de cristales, como copo de nieve… Fue la vez que más sólida se sintió.

Pero esta gota cumple su promesa de no dejarse llevar por su instinto natural de gota…

Y es que, érase que se era, como todo lo que ha existido, existe y existirá, una gota de lluvia, ligera, pero consistente, que eligió no caer nunca sobre superficie alguna para no desaparecer.

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5 opiniones en “La gota”

  1. Saludos.
    Salvo lo de «estrellarse en forma de estrella», que me recuerda a lo de «subir para arriba» o «bajar para abajo», el cuento es la leche (no solo una gota, sino una vaca entera o la central lechera -asturiana, claro-, sin menospreciar a una gota de sidra o a un lagar entero).

  2. me encanto, (buscando otra cosa) apenas estoy haciendo contacto con este «universo de gotas» y la gota y su reflexión existencial
    felicidades
    R. kukatemai

  3. olvide comentarte que mi hija se llama Lluvia … (caricia del cielo) …
    se lo estoy compartiendo …
    saludos desde mi desértico y solitario laberinto existencial …

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