CuentoFilia

Categoría: Cosas que sienten

Personalizando objetos que sienten y padecen, disfrutan y sueñan. Dando vida a las cosas.

  • La nave espacial

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán… No, no… Un momento. ¿Existirán? ¿Pero no dicen que el Espacio y el Tiempo son uno solo? ¿Que se crearon a la vez y son inseparables? Por tanto, si algún día dejase de existir el espacio (ese horrible espacio que nos separa y nos enfrenta), si algún día dejase de existir el espacio… el tiempo también desaparecería, ¿no?…

    Es tan difícil imaginar un Universo sin tiempo…. Y aún más complicado imaginar la ausencia de espacio. Pero puesto que nos movemos en el campo misterioso y voluble de los cuentos, dejemos que sea la fantasía la que nos lleve por este inextricable camino.

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  • La escritora de cuentos

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una chica que se dedicaba a escribir cuentos en sus ratos libres (que eran pocos). Era ésta una chica animosa, de grandes ojos y manos ágiles, como pequeñas alas que se deslizaban sobre el teclado acariciando las teclas, que pulsaba, a veces suavemente, a veces con más energía, todo con el fin de que sus pensamientos no quedaran atascados en su mente, con la intención de sacar de su cabeza todas aquellas ideas de lo más profundo de su ser… bueno, ella sabía que salían gracias a las sinapsis de sus conexiones neuronales (porque Punset no paraba de repetirlo). Le gustaba mucho el método científico y deductivo y no dejaba que cualquier charlatán la embaucara con pulseras mágicas o leyendas urbanas. Cuando algo olía mal, por lo general es que era una patraña. Tenía ella un sexto sentido para estas cosas…

    Para escribir sus cuentos se documentaba, se inspiraba en la realidad y luego, a veces, inventaba… La realidad es maravillosa, es una magnífica fuente de inspiración. ¿Qué hay más mágico que una gota de lluvia, cuál puede ser su historia, su proveniencia, su composición…? ¿O cómo no investigar sobre las mariquitas para saber cuántas especies hay, o cuáles son sus enemigos naturales? Navegar por las estaciones del año, perderse en el mar, entrar en la que podría ser la “vida” de un electrón o intuir qué piensa el cuerpo cuando el corazón empieza a tener problemas…

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  • Un oso indignado

    Llevo ya bastantes días aquí, extrañado.

    Bueno, eso tampoco es nuevo, porque he visto cada cosa… Aquí siempre hay gente pasando. Muchos se hacen fotos conmigo y con el árbol. A veces hasta se suben para dar algún grito. Se preguntarán si no siento cierto anquilosamiento (véase el juego anquilOSAdo, jeje) en mis patas traseras. Tantísimo tiempo llevo de pie que ya no siento ni padezco. Pero oigan, es lo que tiene ser de piedra y bronce, que no pasan los años por uno.

    Desde principios del siglo pasado aquí, “arriñonao” sobre el madroño este que está más soso… Porque yo soy de los que se quedan en la Puerta del Sol, sí señor. Madrid está tan viva que lo único que permanece somos nosotros… hasta ahora. Bueno, cuando las obras, me movieron a la parte que da a la calle del Carmen por un tiempo, pero luego me volvieron a traer a mi sitio. En parte ha sido lo más excitante que me ha pasado en mucho tiempo, porque cambié de perspectiva. Eso y las Nocheviejas, claro (y que conste que las uvas no son lo mío).

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  • El grifo

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un grifo que soñaba con que, algún día, alguien le enrollara un poquito de cáñamo, ya que se le había aflojado la junta y no le gustaba estar goteando todo el rato.

    Porque una cosa es abrir un grifo y usar el agua que corre firme y decidida, y otra muy distinta es no cerrarlo con la suficiente fuerza o dejar que un huequito traicionero deje escapar el preciado líquido o que el tiempo haga que esa gota siga cayendo, incondicional, porque nadie puede nada contra la gravedad.

    Arturo, nuestro grifo (¡no tienen por qué llamarse todos Roca o Grohe!), era de esos antiguos grifos de una sola llave. Vivía en un lavadero antiguo, de un mármol marrón veteado de blanco muy elegante (el lavadero, Curro, era muy buena gente, aunque un poco reservado). Estaba en un lugar un tanto extraño, ya que se encontraba pegado a la entrada de la casa, una casita baja de una planta en mitad del campo. Junto al lavadero había una enorme ventana, de manera que Arturo, situado entre la puerta y la ventana, veía todo el interior de la casa y, al abrirlo, disfrutaba de las vistas a las verdes extensiones.

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  • El Silencio

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un despertar en una mañana de un día cualquiera en la que el Silencio placentero se adueñó de todo.

    Los pájaros cantaban bajito, respetando el deseo del Silencio de imperar ante todas las cosas. Un Silencio bailarín y alegre que iba haciendo callar con el dedo en los labios a todo lo que se movía.

    El viento silbaba bajito, fresco, cerca de las orejas de los conejos salvajes que mordisqueaban bajito los tallos de las hierbas, con las orejitas gachas, para no molestar.

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  • El árbol de Navidad

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un árbol de Navidad que se declaró en rebeldía y retó al calendario. Era este árbol uno de esos pequeñitos y desmontables que van metidos en una caja. Sus ramitas, hechas de hojitas de plástico con una alambre en la base, se podían colocar como uno quisiera, según fueran de grandes los adornos que se iban a colgar. Pero eso no era todo, qué va. Este árbol fue el árbol revelación en su momento: tenía un enchufe que salía de su base y lo conectaba a la red eléctrica. Cuando se insertaba la clavija y se activaba un diminuto botón negro hacia el «On»… !Ohhhhh! Los diminutos y transparentes hilos de fibra óptica que lo vertebraban desde su tronco llevaban luz de todos los colores hacia todas sus ramas y hojas. ¡Además cambiaba de color! Podían pasar horas con la luz apagada, mirando cómo las ramas del árbol cambiaban del morado al azul, del azul al verde, del verde al amarillo, del amarillo al anaranjado, del anaranjado al rojo, del rojo al fucsia, del fucsia al morado… Menuda maravilla.

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  • La papa

    “¡Nooooooooooo! ¡Otra vez noooooo!”.

    Queridos lectores. Hoy hemos empezado nuestro cuento haciendo un flash back, justo en el momento en que nuestra protagonista gritaba desesperada para no volver al infierno.

    Y es que érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, una papa que, tras una ardua vida de papa (o de patata, dependiendo de según se venga), quería tener un fin digno. Porque todos tenemos derecho a un final digno, incluidas las papas. (más…)

  • El beso

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un beso, perdido en unos labios, que quería salir al aire y vibrar con la intensidad que otorgan la pasión y el deseo.

    Quería ser este un beso dulce y prolongado, de esos que se hacen eternos y paran el tiempo, haciendo que nada de lo que hay alrededor sea más importante que ese instante, haciendo que sólo exista ese momento embriagador y certero.

    No quería morir en una mejilla desconocida, en la superficie lejana de unos labios distantes, o perdido en el viento.

    Quería ser «el beso». (más…)

  • El electrón en la corteza

    Imagen real de un electrón. Vídeo disponible en http://www.atto.fysik.lth.se/Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un electrón, variable como su naturaleza, que quiso dejar de girar sobre sí mismo. El pobre no podía encontrar la manera de dejar de dar vueltas, y al intentar estirarse (¡ni siquiera sabía qué forma tenía!) rebotaba contra su propio campo magnético y se oía un ruidito: “spin, spin, spin”…

    Tron, que así se llamaba nuestro protagonista, nunca estaba en el mismo sitio. Además de girar sobre sí mismo, orbitaba (o algo así) alrededor del núcleo de su átomo, algo que le resultaba bastante incómodo. Cerca de él (por encima, por debajo, formando una nube confusa) había otros electrones, pero éste (pobre) no podía verlos porque, al contrario que sus compañeros, se mareaba si levantaba la cabeza (lo que para los electrones es su cabeza, vamos)… un poco raro este electrón. Pero “¿acaso no puede ser un electrón diferente a los demás?”, chisporroteaba indignado. (más…)

  • La esencia

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una esencia tan antigua como el tiempo que quiso descubrir el significado de la muerte.

    Era esta una esencia dulce, penetrante, pero a la vez suave y llevadera, nada posesiva. A veces, parecía que se perdía y, quien la buscaba, cerraba los ojos y aspiraba profundamente para recuperarla de ese aire volátil que bailaba en todas direcciones.

    La esencia nunca había salido de su pedazo de campiña, de la que se alimentaba diariamente. En invierno, penetraba en la tierra, huidiza, húmeda, vistiéndose, gracias al verdor del campo, de notas de frescor incomparables. En verano, tórrida entre las hierbas resquebrajadas, se escondía entre las piedras, a la sombra de algunas hojas secas, para conservar crujientes notas de viveza. El otoño era un renacer de los sentidos, con el anuncio del frío invernal y sus noches de rocío danzarinas cantando la llegada de las tardes anaranjadas en el horizonte. Pero, sin duda, la reina de las estaciones era la primavera. (más…)