CuentoFilia

Categoría: Amor

  • De batas y lágrimas

    http://caligrafiasurbanas.blogspot.com/2013/01/y-si-la-cura-del-cancer-estuviese.htmlEntró en su laboratorio.

    Miró el equipamiento desde la puerta.

    Se acercó a una de las sillas y se sentó.

    Apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cabeza entre sus manos.

    Estuvo así un rato.

    Estaba amaneciendo.

    Pensaba.

    O al menos lo intentaba.

     

    Ayer se había marchado el último postdoc de su grupo.

    Un par de años antes eran ocho.

    Ahora solo quedaban tres de plantilla para una cantidad de trabajo que no eran capaces de asumir ellos solos.

    Miró por la ventana.

    Una lágrima esquiva saltó literalmente a su mejilla.

    Salió al pasillo, cogió la bata y entró de nuevo al laboratorio.

    Respiró hondo.

    Y recordó la pintada que había visto hacía poco en una biblioteca de Logroño.

     

     

  • El niño y la niña

    1.- Ella

    Ella, cuando sonríe, cierra el labio inferior sobre la boca, porque tiene las paletas grandes y le da vergüenza salir fea en las fotos. A veces sus sonrisas son de arrullo, casi de niña dormida, porque son sonrisas de tímida, sonrisillas de ojos entornados. Ella, cuando sonríe, ilumina la cara, con mofletes de medio pilla, o de medio niña buena (eso nunca se sabe).

    A veces, aunque sonría, ella tiene los ojos tristes. No sabe por qué, ya que la verdad es que no está triste. Pero ahí están sus ojos rebeldes, inclinados como un junco, porque son reacios a la risa. Sin embargo, vence y doblega, y su cara, forzada por el labio inferior que no quiere que se escapen las paletas, sonríe de esa manera tan peculiar.

    Ella, la niña, a veces mira de reojo y no se sabe si está tramando alguna chifladura (como tirarte un petardo en mitad de la habitación) o si está pensando en que olvidó darle de comer al gato. Ella es así, algo despistada. Y nunca sabes lo que está pensando…

    Hablando de pensar: la niña ya tiene unos cuantos pelos blancos en la cabeza, escondidos entre el resto del cabello, y ella cree que son de tanto pensar. Aunque le gusta pensar. Puede pasar horas pensando. Y leyendo. Y pensando que está leyendo. A la niña también le gusta la música. Le gusta tocarla y escucharla. Puede pasar horas tocando. Y escuchando. Y pensando que está escuchando.

    Ella se preocupa porque le gusta que las cosas salgan bien. Y le falta tiempo para hacer las cosas como le gustaría. Tal vez todo ha ido rápido-rápido y a ella esas prisas le parecen un abuso. El tiempo es un abusón. Como todo el mundo, se pregunta (y, si no, debería hacerlo) dónde ha ido el tiempo que le falta…

    A la niña le gusta enseñar. Le explica a los demás cosas para que aprendan. A veces se sorprende de lo rápido que aprenden. Otras se subleva. Contar cómo funcionan algunas cosas y que los demás las entiendan. A ella le gusta pensar que eso les ayuda a crecer, al tiempo que ella misma crece y piensa. A ellos también les saldrán pelos blancos algún día de tanto pensar.

    Ella, la niña, sueña. Sueña que la luz tiene múltiples matices y quiere atraparlos. Y le gusta el mar. El mar le habla de sus amigos y su familia. De su isla. Ella sueña con volver algún día a su casa a dejar que la luz juegue con los reflejos del agua y ella le deje mirar. Sueña con recuperar el ritmo del agua tranquila.

    La niña se ríe como si fuera una orquesta. Se ríe alto. Le sale del fondo una risa clara como un manantial. Y todo su cuerpo se ríe con ella. Se ríe de cosas pequeñas. De cosas absurdas. De cosas que a veces sólo ella entiende. Se ríe. Y sonríe. Y se le hace una curva en el moflete de niña traviesa o de niña buena…

    Ella, la niña, no sabe bailar. Pero se lo pasa tan bien que no le importa. Porque, curiosamente, la niña no sabe lo que es la vergüenza… hay un tipo de vergüenza que nunca le ha salido al paso. Eso, o quizás sea que la ha pisoteado tanto que ya no pueda con ella.

    Sólo, a veces, la del labio inferior.
    Por eso, en el fondo, sigue siendo una niña.

    2.- Él

    Él, el niño, lo mismo se deja barba que bigote, lo mismo perilla que patillas… el niño juega con los pelos que le salen en la cara porque para eso son suyos… y al niño le gustan las gafas raras, de colores chillones, o de formas absurdas. Es una manera de mostrar su lado de payaso sin nariz roja.

    Pero el niño está triste. Triste y cansado. El niño un día se dejó besar por una chica. No se lo esperaba. Empezaron a hablar y ella le besó en un momento de despiste. El niño, hasta entonces siempre poderoso, se dejó llevar como una pluma por el viento…

    Se sorprendió a sí mismo conversando con ella, durmiendo con ella, soñando con ella… Se sorprendió a sí mismo pensando que tal vez, solo tal vez, ella fuera una experiencia diferente. Y le contó su vida, y le dijo lo que no quería. Ni amargura, ni mentiras, ni palabras huecas. Solo verdad… Pero se equivocó.

    El niño se equivocó porque no basta con la verdad. También hace falta amor. Y el amor tiene que ser de ida y vuelta. Así que, tras un tiempo luchando contra el mar, el niño decidió decirle que no quería seguir con aquel juego porque sentía cosas frías que le evocaban miedos y soledades… pero ella se resistió a dejarlo.

    El niño no entiende esto. Está confuso. Y esa confusión hace que su decisión sea volátil. Así que siguió jugando, diciéndose a sí mismo que el día a día es más importante que las grandes declaraciones de amor…

    Mentira.

    El niño sabe, en el fondo, que el mundo se sustenta sobre las grandes declaraciones de amor desesperadas. Las de amores imposibles, amores traidores, amores truculentos, amores plácidos que te dan rutina y paz y que, un día, cargados de canas, te miran en la perspectiva del tiempo y te lo han dado todo… o te han dejado enormes vacíos. Así se forma el puzzle de la vida: con piezas que van completando huecos. Y el niño no entiende un mundo sin intensidad… sin amor. O sin palabras bonitas.

    Él, el niño, sufre porque ella se olvida de él constantemente. No es maldad. Es que no lo quiere. Es divertido estar con él. Pero en una era de tecnología y comunicación hay mucho frío, mucho silencio, mucha distancia…

    «Claro, no puedes esperar que todo el mundo sea igual de atento que tú», piensa el niño, justificándola. De hecho, lo mejor en la vida es no esperar nada de nadie… Él, el niño, sabe que ella vive en su pequeño universo. Y ha permanecido como una sombra a su lado, dándole calorcito y piruletas. Pero ella no ha reaccionado. Se ha quedado ahí, en sus cosas… y cuando el niño le ha dicho que está cansado, triste y un poco enfadado, y que prefiere volverse a su mundo, en el que es poderoso y gobierna a todo un reino con apenas unos pocos gestos, la niña le ha dicho que no lo entendía… que quería seguir jugando con él.

    Ella es sincera. Ha sido honesta al decirle que no le ama. Lo que ella no entiende es que el aire se está escapando por un hueco, el que deja su propia ausencia aunque esté presente.

    Y sin aire no se puede respirar.

    La niña se abruma cuando él le escribe poemas… Se asusta tanto de que él la quiera que una vez salió corriendo, espantada de algo que parecía grande y precipitado, como un elefante cargado de cerámica que va cuesta abajo y tiene que coger una curva, y no se sabe si podrá con ella o acabará en el suelo con toda la cacharrería rota… Yo siempre he dicho que me gusta la cacharrería rota, que con ella se pueden hacer muchas cosas bonitas. Con trocitos de cerámicas de colores se pueden hacer mosaicos preciosos.

    Pero, para hacerlos, antes hay que romperlo todo.

  • Habrá próxima vez

    Cuando estás roto tienes la sensación de que nada de lo que hagas te va a ayudar, aunque eso no es cierto, claro… En mi caso me quiebro siempre que alguien a quien quiero no me quiere o deja de quererme… Es una puñeta, pero he acabado por generar un trauma bastante jodido en torno a este asunto, tanto que he decidico por fin asistir a un especialista para que me ayude a superar ciertos problemas que he desarrollado en paralelo, como crisis de ansiedad y algo que he tenido que buscar en internet (en realidad lo descubrí buscando «ansiedad» y «dolor de pecho»), una dolencia muy jodida que se llama «tanatofobia», es decir, de golpe me da un pánico horrible la idea de morir… Creo que es algo así.

    Y me duele el pecho, como si tuviera agujetas en los músculos del corazón… Menuda mierda. Por si fuera poco, últimamente tengo miedo a quedarme dormido. No es somnifobia (no pienso que me vaya a pasar nada mientras duermo, como morirme o asfixiarme) simplemente me asusta ese paso entre la consciencia y la inconsciencia… Son cosas a las que nunca le había dado importancia, las achacaba al estrés. Quiero aclarar que no tengo estrés laboral -suerte tengo de tener trabajo, aunque esa es otra histroria- sino estrés por puro miedo a quedarme solo. O eso creo.

    El caso es que soy consciente de todas estas ideas tóxicas que necesito exorcizar. Que una tía no me quiera no puede hacer que me hunda tanto en la miseria. Lo que me gustaría es poder separar la razón de la reacción. Porque yo sé que una ruptura no es el puto fin del mundo. Las cosas se tambalean un poco, pero con algo de tiempo todo vuelve a su sitio, con ligeras diferencias, pero vuelve. Sin embargo las reacciones escapan a mi control. Se me empieza a cerrar la garganta, siento que me falta el aire, es como si estuviera encerrado en mí mismo y no pudiera gritar… Y asumo que voy a estar jodido un tiempo. Y sencillamente espero. La curva, una vez que no puedes caer más bajo, empezará a subir en algún momento. Cierro los ojos deseando que ese tiempo sea amable conmigo, que no me torture con recuerdos del tiempo compartido, con la terrible añoranza del calor de su cuerpo, con imágenes de momentos buenos y malos. Ruego a mi cerebro para que no me traicione y me deje pasar mi duelo sin hacerme un daño innecesario… Ahora mismo estoy llorando, me duele la garganta, y me doy tanta pena que al mismo tiempo me dan ganas de darme de ostias a mí mismo. Por qué… Si al final es mejor así, es mejor estar solo que mal acompañado, ¿no?

    Sí, claro. El corazón es así de amable. Así de mal educado. Debo reconocer que tal vez el origen de todo está en mis padres (hala, tenía que salir). Ahora lo veo claro, arrastro ese lastre sin haberlo sabido detectar hasta ahora. Pero aún sabiéndolo soy incapaz de frenar el dolor. El dolor de no querer cambiar las sábanas porque aún huelen a ella (mira que soy guarro). El dolor de mirar el teléfono y resistir con todas mis fuerzas las ganas de llamarla… El dolor de saber que no me quiere y que le doy pena… El enorme vacío que ha dejado… Es todo una mierda.

    Me gustaría pensar que cuando esto pase será la última vez… Pero no, amigos, eso no es verdad, porque no es la primera vez que me ocurre y, sencillamente, estoy hasta los cojones. Me dirán que la vida es así, que hay que asumirlo y que, por otro lado, el amor es maravilloso. Claro que sí. Lo sé. No piensen que no soy capaz de ver lo bella que es la vida. Soy capaz de abstraerme de esta situación concreta y ver las cosas desde otra perspectiva, una más global, y puedo ver la suerte que tengo y todo lo que nos ofrece este mundo. Y ahí está la clave.

    ¿Cómo carajo, sabiéndolo, siendo consciente, no consigo quitarme del alma este cuchillo de cocina? Siento como si caminara con él clavado desde la espalda… Cuando me subo en el ascensor tengo que entrar con cuidado porque el jodío es más grande que el receptáculo. A veces en vez de un enorme cuchillo de los que manejaba Rambo tengo la sensación de que es una enorme flecha, con plumas y todo. Con esa ni puedo entrar al ascensor. Es mi forma de sentir que hay algo que no encaja, que estoy en fase de reconstrucción… Digo yo.

    Ese es el dolor de fondo (como un ruido constante que uno puede sobrellevar). Lo peor son los golpes repentinos. Cuando me viene a la cabeza algún recuerdo. Eso son puñaladas fugaces, pero bestiales. Y respiro hondo, y me digo que tengo mucha suerte por haber tenido esas experiencias (y mi otro yo me dice «y un cojón»). Así vamos, mis múltiples yoes, el que dice que mejor así porque estar con alguien que no te quiere desgasta mucho; el que la echa de menos a morir porque ella tiene todo lo que me gusta de una chica; el que la odia porque es la única forma de empezar a eliminarla de mi memoria inmediata. Y el que se resigna al dolor y ruega para que pase, si no pronto, al menos con el menor número de «víctimas» posible. Y hay otro: el que ha decidido ir a un psicólogo para que le dé consejo. No vamos a arreglar el mundo de mis emociones, pero al menos vamos a intentar comprenderlo mejor.

    Para estar mejor preparado la próxima vez.
    Porque amigos, ahora lo sé: habrá próxima vez.

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    P.D.: No me escriban dándome ánimos, que esto es un cuento. Si les ha gustado y conocen a alguien en una situación semejante… denle ánimos a él/ella. Sentir dolor también es señal de estar vivos. Al menos nos queda ese consuelo… y si hay próxima vez será porque en medio, en algún momento, nos habremos vuelto a enamorar. Qué ganas tengo…

  • Mirar al cielo

    Por las tardes es cuando más me acuerdo de ti… y de ella.

    Recuerdo el brillo incandescente que te rodeaba. Refulgías allá donde mirara, incluso cuando cerraba los ojos podía verte… Recuerdo las horas que pasé pensando en ti, intentando desentrañar tus misterios, analizándote. ¿Eras una estrella?¿Tal vez dos? Estabas demasiado lejos para saberlo, y en eso centraba mi trabajo, en intentar descubrir qué eras, cómo te movías, por qué te comportabas como lo hacías… Igual que con ella. Por las tardes, cuando levanto la vista de mi portátil y miro cómo anochece cuando aún debería ser de día, me pregunto qué habría sido de nosotros si hubiese podido quedarme. Y te veo bailar. Me sonríes. Y me despierto, amodorrado, con las marcas del teclado sobre la cara y mil mmmmmmmm y espacios infinitos en la hoja de texto…

    No pudo ser.

    Tú no hablas sueco y yo no conseguí trabajo… Un astrofísico sin perspectivas, sin un proyecto que desmarañar… es como un jardín sin flores: algo triste. Podríamos haberlo intentado, pero… no sé. Arrancarte del lugar en el que eras feliz, pese a todo, era pedirte demasiado. Así que, con mis casi 37, acepté un trabajo en otro campo de estudio y dejé atrás mi estrella, mi luz… y mi corazón.

    Sé que es una historia como otra cualquiera. No es que me guste dramatizar. Me gustaría volver, pero lo único que me ofrecían era un contrato por el salario mínimo para vender libros a domicilio… y yo para eso no valgo. Porque para eso hay que valer. No creas que no me lo planteé. Pero me habría ido apagando como una enana blanca… y te habrías sentido culpable. Y los dos nos habríamos acabado distanciando.

    Decía Manolo García que «Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana». Y yo no quería eso para nosotros. Porque tú eres muy feliz con los peques de tu guardería. Aunque no sepas si el año que viene vas a seguir allí, es lo que te gusta.

    Joder, Carmen, estoy roto por dentro y ni la llegada del verano va a arreglar este desbarajuste que llevo en el alma. Solo hay una cosa que me alivia. Y es levantar la vista hacia la zona del cielo en la que sé que está mi estrella (¿o serán dos?) y pensar que nada es inmutable, que a lo mejor esto se arregla. Que cuando haya elecciones esto cambiará y volveremos a estar juntos. Que tantos años de estudio no pueden quedarse en Suecia. Que mis padres me echan de menos, que tú quieres tus propios niños y que yo no aguanto este frío… Y que algún día podré hacer algo más que llorar y mirar al cielo…

  • ¿Me concede este baile, señorita?

    Los satélites TanDEM-X y TerraSAR-X durante su vuelo. Créditos: DLR.14 de octubre de 2010. Fue entonces cuando por fin empezó a acercarse a mí. Llevaba un tiempo observándolo, llena de preguntas. El vacío está helado. ¿Se imaginan estar allá arriba, sola, en silencio, sin nadie con quien hablar, sin un triste compañero con quien compartir las alegrías y las penas?

    ¿Se imaginan mi sorpresa, después de estar tres años sola, cuando vi que él llegaba hasta donde estaba yo y empezaba a mirarme? Al principio me asusté. Han sido cinco meses de mirarnos en la distancia. Sin más…

    Así que cuando empezó a acercarse se me recalentaron todos los circuitos (es una metáfora, claro). Porque, generalmente, estamos solos. Hay muchos como nosotros. Muchas almas perdidas orbitando la Tierra que, con el tiempo, cuando ya no son útiles, van acercándose a la atmósfera y la atraviesan hasta desintegrarse o, con suerte, caer al mar. (más…)

  • Se me han roto las alas

    Luisa Rojo Gayán. Exposición de Fotografía «Alas rotas». http://www.luisa-rojo.com/fotografia/exposiciones/alas-rotas.html

    Estaba yo con la cabeza en otra parte.

    Sí.

    Literalmente.

    Me la desencajé por la base del cráneo y me la fui dejando por ahí… es que soy muy despistada. Me la dejé en la frutería, al lado de los melones, y no quedaba mal, incluso hacía juego (salvo por el color, claro… y porque los melones no tienen ojos). Me la dejé también en un probador de ropa y esa vez tardé más en recordar dónde me había dejado a mí misma. En realidad no sabía muy bien quién dejaba olvidado a quién. Creo que por momentos era la cabeza la que perdía al cuerpo. Aunque no me preocupaba mucho. Era como si durante algunos segundos nada importase. Imagínense: olvidar la cabeza. Perderla y no recordar dónde la has dejado… y que no te importe lo más mínimo. A veces la tenemos tan cargada de cosas que es más cómodo desmontarla y deshacerse temporalmente de ella. Otras veces basta con conectarla a alguna fuente de vaciado, como puede ser una tele o algún juego chorra de internet. ¡Uy, internet! Eso mejor no, que llena mucho y a veces hasta hace pensar. La tele no. Para encontrar algo que merezca la pena hay que buscar mucho… En fin, es como todo. Yo ahora mismo no sé ni cómo estoy escribiendo. Tengo la cabeza en otra parte. Tal vez en la cocina mirando la nevera vacía y valorando dónde quedarían mejor los huevos (esos morenos que tienen impresa en rojo la fecha de caducidad). O en la ventana viendo la lluvia mientras cae la tarde, chocando sobre el cristal y formando diminutos riachuelos que resbalan hasta caer sobre el alféizar. O en el parque respirando la humedad de la tierra, sintiendo cómo se me moja el pelo y se me pega a la cara… O en aquel balcón cálido parecido a un invernadero, junto a mi orquídea preferida, viendo en tiempo real cómo se abren sus magníficas flores… mientras detrás el sol tiñe de naranjas el juego de nubes que flotan sobre el mar… (más…)

  • El roce en tu mejilla

     

    Imagen del blog de Silvia Plana Pintoretto (http://ilustracion-pintoretto.blogspot.com)
    Imagen del blog de Silvia Plana Pintoretto (http://ilustracion-pintoretto.blogspot.com)

    Dicen los que cuentan cuentos que, a veces, los sueños dominan la realidad y nos abren puertas hacia secretos deseos que desconocíamos.

    Las conexiones neuronales de nuestros cerebros (ese cuyos perjúmenes nos sulibellan cuando quieren), nuestras percepciones (engañosas las más de las veces), lo que olemos, tocamos y saboreamos, se mezcla en extrañas vías paralelas y nos arrastra hacia caminos inextricables. Entramos en bosques de acero como quien entra a un jardín de acacias, paseamos por valles de fuego como si las llamas fueran de caramelo, jugamos con la luz como si pudiésemos asirla, el puntillismo se convierte en una colección de galaxias o el roce de la lana, de repente, nos hace cosquillas en el paladar…

    Son sueños de plastilina, de madera viva, de hierro con sabor a menta… son sueños de dibujos animados, sueños en blando y negro, sueños sin forma amarilla o sueños que cantan alegres réquiems. Son sueños de azúcar glasé que brota de tallos verdes, campañas de políticos afónicos, tacones planos envueltos en nubes, una película hecha sólo de créditos, una canción de una sola nota que, sin embargo, no suena. Sueños con personalidad propia e impropia. Sueños emergentes, divergentes o detergentes.  Esos sueños pueden ser tan reales que, a veces, nos despertamos llorando. (más…)

  • La burbuja

    Burbujas

    Érase una vez que se era, como todo aquello existe y existirá, una burbuja que inició un incierto camino. Pero, ¿cómo se genera una burbuja, ese «glóbulo de aire u otro gas que se forma en el interior de algún líquido y sale a la superficie»? ¿Y por qué hacen cosquillas? Esta burbuja no sabía si el dióxido de carbono que la componía acabaría formándose o no… En principio una diminuta legión de burbujas se sucedía desde un mismo origen y se elevaba a través del líquido rosado. Parecían hormiguitas, una detrás de otra, rítmicas, sinuosas, ordenadas. De vez en cuando alguna díscola intentaba salir de la línea, pero sólo lograba un desgarbado giro para volver luego a la formación única, la que les llevaba a una superficie a partir de la cual todo era incierto… Así era la breve e intensa vida a presión de una burbuja. (más…)

  • El piano

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un piano que quiso volver a sentir vibrar todas sus cuerdas. El piano recordaba tantas cosas que ordenarlas era demasiado complicado… sólo podía asociar los recuerdos con melodías. Entonces sí podía darles sentido y uniformidad. Cómo olvidar al joven pianista que había llorado sobre sus teclas tocando a Bach después de que su amor lo abandonara… Cómo no recordar a la pequeña que aprendía a tocar en secreto, interpretando las canciones de los Beatles que escuchaba en casa de sus padres… Cómo no evocar tiernamente a la cantante de jazz enamorada en secreto del bailarín errante que solo sabía tocar piezas de Hancock… Nuestro piano había recorrido tanto que le costaba conservar sus recuerdos…

    La casa en la que vivía era oscura. Antes había cambiado tantas veces de lugar que estar parado ahora no le importaba. Sentía que necesitaba descansar y eso era lo que hacía. Una vez al mes, siempre por la tarde, la chica que vivía en la casa levantaba la tapa, cogía un pincel y un paño, y limpiaba cuidadosamente las teclas. Despacio, para que no sonaran. (más…)

  • El grifo

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un grifo que soñaba con que, algún día, alguien le enrollara un poquito de cáñamo, ya que se le había aflojado la junta y no le gustaba estar goteando todo el rato.

    Porque una cosa es abrir un grifo y usar el agua que corre firme y decidida, y otra muy distinta es no cerrarlo con la suficiente fuerza o dejar que un huequito traicionero deje escapar el preciado líquido o que el tiempo haga que esa gota siga cayendo, incondicional, porque nadie puede nada contra la gravedad.

    Arturo, nuestro grifo (¡no tienen por qué llamarse todos Roca o Grohe!), era de esos antiguos grifos de una sola llave. Vivía en un lavadero antiguo, de un mármol marrón veteado de blanco muy elegante (el lavadero, Curro, era muy buena gente, aunque un poco reservado). Estaba en un lugar un tanto extraño, ya que se encontraba pegado a la entrada de la casa, una casita baja de una planta en mitad del campo. Junto al lavadero había una enorme ventana, de manera que Arturo, situado entre la puerta y la ventana, veía todo el interior de la casa y, al abrirlo, disfrutaba de las vistas a las verdes extensiones.

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