CuentoFilia

Categoría: Naturaleza

  • El tupper

    El tupper

    Adelino es de los de boina y chaqueta de pana. Camina despacio. Ya muy mayor, de cejas pobladas y surcos en la cara. Adelino camina encorvadito, con las manos a la espalda. Camina con sus albarcas en verano y sus zapatos de suela de goma en invierno. Le gustan las suelas de goma porque se siente más grande. Pero las albarcas dejan que sus pies cansados respiren mejor (y huelan peor, qué se le va a hacer).

    Adelino nunca sabe cuándo se van los dolores de las articulaciones, pero sabe cuándo llegan porque siente los avisos. Hace años que se entiende con los cambios de temperatura. Y se comunica con ellos: “Hola. Ya estás aquí. A ver cómo de fuerte vienes este año, jodío”.

    Este año se ha dado cuenta de que sus pasos son más cortos y que arrastra un poco los pies. Lo nota más con las albarcas. “Los años”, piensa. Cada tarde, cuando el tiempo lo permite, sale a la plaza y se sienta en el borde de la jardinera de obra de su árbol favorito. Él era pequeño cuando lo plantaron. Y ahí está, tan hermoso y oscuro. Dando sombra todo el año.

    Prefiere sentarse ahí que en los bancos que puso el ayuntamiento. También se está a la sombra, pero a él le gusta más la jardinera porque se le quedan los pies colgando y le recuerda a su infancia. Los vecinos le dicen que un día se va a caer una torta como siga dando esos saltitos para alcanzar la jardinera. Pero él piensa que cuando llegue el día, si eso ocurre, ya nada merecerá la pena. Así que sigue retando a la gravedad con su diminuto cuerpecillo.

    En su bolsillo, Adelino lleva un tupper. Es de esos pequeñitos que, en las colecciones de 24 tuppers, nunca sirven para mucho. No cabe casi nada. Pero él lo lleva siempre encima. Cuando se sienta bajo el árbol, una señora encina, saca el tupper y lo mira.

    Adelino entonces, como si de una película de Tolkien se tratase (él ha visto la saga de “El Señor de los anillo” en versión extendida y luego se ha leído los libros -le gustan más las películas-) se siente como el hobbit que lleva la pesada carga del anillo. Lleno de pesar pero, al mismo tiempo, con la sensación de tener que cumplir una misión, dura y dolorosa, pero necesaria. Adelino deja volar su imaginación. En su mente, rememora la plaza del pueblo cuando, muchos años antes, se llevaron a su padre para nunca volver.

    Dos gotas de sangre se hallaron sobre el suelo, en el que alguien había dejado caer unas bellotas. Una gota de sangre sobre una de las bellotas. La otra en la tierra. De esas bellotas crecería la encima que es hoy su sombra. La de la gota de sangre la cogió aquel niño Adelino y la guardó mimosamente en un pañuelo de hilo, el que ahora estaba dentro del pequeño tupper. Cuando miraba el tupper sentía la manaza de su padre sobre su cabecita, revolviéndole el pelo.

    Hoy Adelino ha decidido enterrar la bellota con la esperanza de que aún pueda brotar algo de ella. Se ha levantado muy temprano, aún con el alba, y ha ido a la plaza, a la zona que no está ensolada. Ha sacado el tupper. Lo ha abierto. Ha sacado el pañuelo de hilo, casi hecho jirones, y ha mirado la bellota seca. Tal vez no sirva para nada. Tal vez esté muerta. Pero Adelino sonríe cuando la entierra y la riega. Una vez terminada la operación, mete el pañuelo en el tupper y se vuelve a desayunar.

    Cuando amanece del todo, Adelino sale a la plaza con su ritmo bailarín, despacito, despacito. Salta sobre la jardinera. Se balancea peligrosamente (como siempre) y acaba sentadito con las piernas colgando. Saca el tupper y, como cada día desde hace años, lo mira.

    Versión sonora de «El tupper» en ivoox:

    Música de la introducción: Lee Rosevere, tema “Planet F” del álbum “Trappist 1”. Bajo licencia Creative Commons. Música del cuento “El Tupper”: Kai Engel, temas “Denouement” y “Tumult” del álbum “The Run” (2017). Bajo licencia Creative Commons.

  • Mit

    Mit: Microcebus mittermeieri. Créditos: Mark Thiessen/National Geographic Society. Érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, un ratón lémur que tuvo que luchar contra una de las peores plagas: el olvido.

    Anciano ya, hemos ido a entrevistar a este preciosísimo animal a su isla, a Madagascar, donde le hemos encontrado, como buen primate (sí, primate), colgando de las ramas. Llegamos al atardecer a la zona donde nos hemos citado con él, en la reserva Sur de Anjanaharibe.

    Al parecer los lémures colonizaron la isla hace millones de años haciendo rafting… y el que quiera saber más que lea (qué divertido es esto de picar la curiosidad… aunque ahora nos pica otra cosa, que parece que hay algún piojillo de lémur que se ha escapado fuera de su sitio).

    Encontramos a Mit dormitando (aunque como sigan talando árboles vemos a Mit dormitando en lo alto de una lavadora… ayyyy, qué complicado…). Este cuento, querido lector, es más una entrevista que un cuento, así que no esperes mucho romanticismo hoy que la cosa no está muy fina. Y es que con tanto traqueteo internacional, hasta los seres más apartados, como puede ser este espécimen de ratón Lémur, se sienten absorbidos por los movimientos sociales de reivindicación (más si tenemos en cuenta que la situación política de Madagascar no es precisamente estable). (más…)

  • Un oso indignado

    Llevo ya bastantes días aquí, extrañado.

    Bueno, eso tampoco es nuevo, porque he visto cada cosa… Aquí siempre hay gente pasando. Muchos se hacen fotos conmigo y con el árbol. A veces hasta se suben para dar algún grito. Se preguntarán si no siento cierto anquilosamiento (véase el juego anquilOSAdo, jeje) en mis patas traseras. Tantísimo tiempo llevo de pie que ya no siento ni padezco. Pero oigan, es lo que tiene ser de piedra y bronce, que no pasan los años por uno.

    Desde principios del siglo pasado aquí, “arriñonao” sobre el madroño este que está más soso… Porque yo soy de los que se quedan en la Puerta del Sol, sí señor. Madrid está tan viva que lo único que permanece somos nosotros… hasta ahora. Bueno, cuando las obras, me movieron a la parte que da a la calle del Carmen por un tiempo, pero luego me volvieron a traer a mi sitio. En parte ha sido lo más excitante que me ha pasado en mucho tiempo, porque cambié de perspectiva. Eso y las Nocheviejas, claro (y que conste que las uvas no son lo mío).

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  • La maldición

    Hacía un frío que pelaba en Madrid. Salí del aeropuerto arrastrando mi maleta con ruedas y me lo pensé dos veces antes de coger un taxi. Siempre cogía el metro. Pero eran las 11:30 de la noche y al día siguiente había que madrugar. Como excepción, me subí a ese taxi. Se me había olvidado por qué me gusta tanto el metro hasta que nos adentramos en la ciudad y empecé a ver los edificios de diez plantas marcados por la luz, definidos contra la noche como fondo, llenos de vida, llenos de historias, aparentemente fríos, mecánicos, geométricos.

    Y, con esa visión golpeando mi retina, empecé a divisar una historia, dentro de otra historia, dentro de una de esas habitaciones iluminadas que, de repente, apagó su luz e inició un viaje por cuentofilia…

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  • El Silencio

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un despertar en una mañana de un día cualquiera en la que el Silencio placentero se adueñó de todo.

    Los pájaros cantaban bajito, respetando el deseo del Silencio de imperar ante todas las cosas. Un Silencio bailarín y alegre que iba haciendo callar con el dedo en los labios a todo lo que se movía.

    El viento silbaba bajito, fresco, cerca de las orejas de los conejos salvajes que mordisqueaban bajito los tallos de las hierbas, con las orejitas gachas, para no molestar.

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  • La papa

    “¡Nooooooooooo! ¡Otra vez noooooo!”.

    Queridos lectores. Hoy hemos empezado nuestro cuento haciendo un flash back, justo en el momento en que nuestra protagonista gritaba desesperada para no volver al infierno.

    Y es que érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, una papa que, tras una ardua vida de papa (o de patata, dependiendo de según se venga), quería tener un fin digno. Porque todos tenemos derecho a un final digno, incluidas las papas. (más…)

  • El electrón en la corteza

    Imagen real de un electrón. Vídeo disponible en http://www.atto.fysik.lth.se/Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un electrón, variable como su naturaleza, que quiso dejar de girar sobre sí mismo. El pobre no podía encontrar la manera de dejar de dar vueltas, y al intentar estirarse (¡ni siquiera sabía qué forma tenía!) rebotaba contra su propio campo magnético y se oía un ruidito: “spin, spin, spin”…

    Tron, que así se llamaba nuestro protagonista, nunca estaba en el mismo sitio. Además de girar sobre sí mismo, orbitaba (o algo así) alrededor del núcleo de su átomo, algo que le resultaba bastante incómodo. Cerca de él (por encima, por debajo, formando una nube confusa) había otros electrones, pero éste (pobre) no podía verlos porque, al contrario que sus compañeros, se mareaba si levantaba la cabeza (lo que para los electrones es su cabeza, vamos)… un poco raro este electrón. Pero “¿acaso no puede ser un electrón diferente a los demás?”, chisporroteaba indignado. (más…)

  • La esencia

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una esencia tan antigua como el tiempo que quiso descubrir el significado de la muerte.

    Era esta una esencia dulce, penetrante, pero a la vez suave y llevadera, nada posesiva. A veces, parecía que se perdía y, quien la buscaba, cerraba los ojos y aspiraba profundamente para recuperarla de ese aire volátil que bailaba en todas direcciones.

    La esencia nunca había salido de su pedazo de campiña, de la que se alimentaba diariamente. En invierno, penetraba en la tierra, huidiza, húmeda, vistiéndose, gracias al verdor del campo, de notas de frescor incomparables. En verano, tórrida entre las hierbas resquebrajadas, se escondía entre las piedras, a la sombra de algunas hojas secas, para conservar crujientes notas de viveza. El otoño era un renacer de los sentidos, con el anuncio del frío invernal y sus noches de rocío danzarinas cantando la llegada de las tardes anaranjadas en el horizonte. Pero, sin duda, la reina de las estaciones era la primavera. (más…)

  • La mirada

    Érase que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un hueco en un muro viejo. Era un muro casi histórico, de esos que separan dos terrenos en el extenso campo verde, un muro de piedras y barro, con la consistencia que dan el paso de los años y el respeto ante algo que divide y nos dice qué es tuyo y qué es mío. Junto al muro, un árbol silencioso que casi nunca hablaba porque dormitaba la mayor parte del tiempo, cantando la canción del susurro de las hojas. El hueco, relativamente joven, oía hablar al viejo muro, compuesto de infinitas partes que a su vez opinaban sobre cada pensamiento y elucubración del anciano ya que, aunque eran historias que casi todos conocían, no les importaba escuchar cómo el muro las repetía una y otra vez. Y el hueco escuchaba siempre con atención cada historia.

    La que más le interesaba era la de su propio nacimiento, la que narraba cómo cayó la piedra que estaba antes en su lugar y cómo más tarde desapareció, llevada por alguna mano misteriosa. (más…)

  • La mariquita

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una mariquita que quería perder sus manchas. Era esta una mariquita de un intenso color rojo, una coccinella de una variedad abundante, por lo que no se podía clasificar como ninguna especie en extinción. A esta mariquita, lo de no estar arropada por una ley le fastidiaba bastante, porque consideraba que una especie tan pequeña y de tan delicada estructura debía ser  protegida por encima de otras especies más favorecidas como, por ejemplo, el elefante…

    Hay que decir que esta mariquita era muy quisquillosa, protestona y quejica, que  nunca estaba contenta y que se pasaba el día refunfuñando. Estas características no suelen ser comunes en las mariquitas, que son, por naturaleza, coleópteros alegres y de un humor envidiable. Pero se ve que los genes de este insecto, al que todos llamaban Paco (hablamos de un espécimen macho) habían acumulado la mala leche de muchas generaciones anteriores.

    Paco, pues, renegando de su estatus de mariquita «vulgaris», decidió ser diferente para pasar a ser bicho protegido. El plan era el siguiente: debía, en primer lugar, encontrar la manera de ocultar esos puntos negros que tenía sobre las alas (o élitros)… (más…)