Las pomplitas del universo

– Papá, ¿adónde vamos cuando nos morimos?

De repente, el salón de la casa quedó en silencio. Enrique tardó unos segundos en reaccionar, segundos en los que esto pasó por su cabeza: “Uff. A ver cómo salgo yo de esta… A ver cómo le explico a Carla que todos somos polvo de estrellas… Sí, mejor empiezo por el principio”.

– Verás, Carla: hay cosas que sabemos y cosas que no sabemos. Y cosas que podemos explicar con relativa facilidad y otras que, para entenderlas, necesitas ser mayor y tener más herramientas, saber más cosas… ¡Como en una pirámide, que si no tienes las piedras de abajo no puedes seguir construyendo!
– Pero… ¿esto lo puedo entender?
– Pues voy a intentarlo, ¿vale?
– Vale.
– ¿Quieres que te lo cuente ahora o después de darte la merienda?
– Después.
– Bien.

Enrique siguió preparando la merienda y llegó Débora a casa, soltando el bolso, los zapatos y el abrigo entre resoplidos.

– Hola, má.
– Hola, Carla. ¿Qué tal hoy en el cole?
– Bien. Pero se ha muerto Pitiyo. No entiendo muy bien qué ha pasado.

Débora mira a Enrique y se guiñan un ojo.

– ¿No entiendes por qué ha muerto?
– No entiendo qué es la muerte. Sé que la gente que se muere ya no está. Que todo el mundo se queda triste. Pero nunca he visto qué pasa cuando te mueres. Adónde vas. Pitiyo estaba muy quieto y muy tieso. El profe lo ha cogido y nos ha explicado que ya era mayor y se lo ha llevado. ¡Pero si tenía solo tres años, ¿cómo va a ser mayor?! ¡Yo tengo cinco! ¿Es que soy mayor? ¿Y adónde se lo ha llevado?

Se notaba que Carla estaba enfadada y confundida.

– Bueno, Carla -dijo Enrique- vamos a merendar y te lo explicamos, ¿de acuerdo?
– Vale -respondió la niña enfurruñada mientras empezaba a comerse la fruta.
– Mamá ya te ha contado otras veces que el universo empezó con una tremenda explosión.
– Sí. ¡El CATACROQUER! –un trozo de plátano escapó de su boca- Uy, perdón –dijo sonriendo mientras se volvía a meter el trozo en la boca-.
– Exacto, el Big Bang –afirmó Débora mientras abría el yogur-. Bueno, pues a partir de ahí hay muchas cosas que sabemos. Entre ellas, que la mayoría de los elementos nacieron en el corazón de las estrellas.
– ¿Los elementos? –cuestiona Carla mientras coge la cuchara y ataca al yogur-.
– Sí: el pan que comes, tus huesos, la plastilina, la ropa, el teléfono, el aire, el agua… Todo eso nació en el corazón de una estrella.
– ¿En serio? –pregunta de nuevo Carla con la boca llena de yogur-.
– En serio. Y el yogur de tu boca también. Gracias por el espectáculo. -Enrique hace una reverencia mientras Débora aplaude y le cierra la boquita a Carla, que está enseñando la plasta de yogur con la boca abierta.

– Uy, perdón –Carla cierra la boca, sonríe y sigue comiendo-.
– Peeeeero… -continúa Débora- toda esa materia nació en cachitos muy chiquititos, en cosas que se llaman átomos. Los átomos a veces se juntan y forman moléculas. Son como piezas de puzle, pero estas piezas se pueden juntar, no solo con las piezas que tiene cerca, sino que se pueden combinar con un montón de piezas diferentes.
– Qué lío.
– ¿No lo entiendes?
– Sí, pero debe ser un lío poder tener tantas formas de hacer un puzle. Yo a las piezas las llamaré… ¡pomplitas! ¡Las pomplitas del universo! –hace esta afirmación quijotesca con el yogur en una mano y levantando la otra con la cuchara a modo de lanza-.

Enrique y Débora se ríen con las ocurrencias de Carla, que lo rebautiza todo –algo que muy probablemente haya heredado de su madre-.

– Pues las pomplitas pueden acabar siendo casi cualquier cosa –intervino Enrique-: un gato, una piedra -va bailando por el salón- una almohada, una persona, una gota de lluvia… -se acerca a la niña- ¡o una nariz!

Carla se ríe mientras Enrique va a la cocina a por las tostadas y el queso.

– Así que, querida niña –continúa Débora- eso es de lo que estamos hechos todas las personas y todas las cosas del mundo mundial: de los restos de las estrellas que murieron. Pero ojo, morir no significa desaparecer. Las pomplitas no desaparecen, simplemente se dividen, cambian, y adoptan otra forma.
– ¿Y Pitiyo? ¿Por qué se ha ido si solo tenía tres años?

Se hizo otro incómodo silencio que rompió Enrique, volviendo con las tostadas:

– Pitiyo es un hámster y los hámsters viven menos años que las personas. Ya era un anciano, así que su organismo se cansó y murió. Eso significa que desaparecerá como Pitiyo, pero que seguirá en el universo en forma de pomplitas.
– Pero entonces, ¿qué es morirse?

De nuevo, un pesado silencio…

– Amor mío –Débora se agacha a su lado-, morirse, para las personas y los Pitiyos con suerte, es terminar un ciclo. ¡Como el ciclo del agua, que te explicaron en el cole! El agua es siempre la misma, solo que pasa por sitios muy diferentes, puede ser vapor, líquido o hielo, puede estar en el mar, en río o en una lágrima, pero siempre es la misma, ¿me entiendes?
– No.
– ¿Qué parte no entiendes?, pregunta Enrique.
– La de morirse. Entiendo que las pomplitas son siempre las mismas y que cambian de forma. Vienen de las estrellas, ahora están en la Tierra, y algún día estarán otra vez en el universo o en otro sitio. Pero sigo sin entender qué es morirse.
– Cariño: morirse es cuando el puzle cambia de forma. Antes de nacer no estabas en el mundo en forma de Carla, pero eras materia, estabas en otras cosas. Luego, naciste. Se formó el puzle de Carla y… -la niña interrumpe a su madre-.
– Y algún día mi puzle se volverá plastilina o pan o una piedra.
– … pues sí. Es lo que ocurre con los seres vivos.
– Entonces… ¿qué es estar vivo para una persona?
– Estar vivo es pensar, jugar, querer, llorar… Estar vivo es darte cuenta de que estás triste porque Pitiyo ya no está.

Enrique se levanta y, para alegrar a la niña, vuelve a bailar por el salón, pero esta vez agarra a Débora y bailan juntos.

– Estar vivo es poder crecer. Es ir al cole. Saltar en el sofá. Estar vivo es cuando mamá le pisa un pie a papá bailando.
– ¡Oiga usted! ¿Quién pisa a quién? –dice Débora mientras se suelta y agarra a Carla para hacerla bailar-.
– Vale, vale, lo retiro.

Enrique besa a Débora y los tres bailan alrededor de la barriga donde está el pequeño Teo, que aún no ha nacido.

– Entonces… -continúa Carla-, para una persona, morirse es volver a como estabas antes de poder pensar.

Los padres se quedan sorprendidos ante la profundidad de la reflexión. Al fin y al cabo, es de lo que se trata, del ser autoconsciente. Y siguen de pie, acariciando la barriga de Débora y los mofletes de Carla.

– En cierto modo, así es –contesta Débora-.
– Vale, ¡ahora lo entiendo! –canta la niña mientras empieza a bailar por el salón moviendo los brazos como en una histriónica obra de teatro-. ¡Después del GRAN CATACROQUER las pomplitas empezaron a hacer puzles! Se hicieron estrellas, planetas, plastilina, coches, paraguas, árboles, Pitiyos, pan y niñas, y todos los seres vivos venían, y luego se iban.

Se quedó parada en mitad del salón.

– Entonces, ¿dónde estaba Teo antes de estar en tu barriga?
– Uff… Eso es mucho más fácil de explicar. Pues resulta que papá tenía un montón de pomplitas en forma de espermatozoide y mamá otro montón en forma de óvulo. Y eso sí que es montar un puzle, porque en cuanto se fusionan empiezan a multiplicarse…
– ¿Las pomplitas?
– Más o menos, sí. Empiezan a multiplicarse ¡y a formar las partes de tu cuerpo!
– ¿En la barriga?
– Exacto, en la barriga. ¿Te parece si te lo cuento mientras te bañas?

Enrique se dirige al cuarto de baño mientras agarra a Carla de la mano, que sigue haciendo preguntas mientras Débora se sienta en el sillón, con su barriga de ocho meses.

– Mamá, luego leemos un cuento –dice la niña girando la cabeza antes de desaparecer por el pasillo-.
– Vale, pero si vas a saltar sobre la cama, hazlo antes de que llegue yo.
– Vaaaale, que Teo se pone co-mo-lo-coooo. ¡Además, eso es vivir, ¿no?! ¡Saltar en la cama, cantar, comer caramelos!
– ¡Se-ño-ri-ta! Lo de comer caramelos ya lo iremos hablando.

Débora sigue en el salón, sentada en el sillón, escuchando la voz de Carla, que no se cansa de preguntar, y la de Enrique que, por muy raras o locas que sean sus preguntas, nunca deja de responder. Fuera aún hace frío, aunque la primavera entró hace un par de semanas. Por la ventana pueden verse unas ramas en flor. Eso, también es vida.

La astrónoma sabia

Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un niño que quería contemplar las estrellas. Pero su ciudad tenía muchas luces y era muy difícil distinguir la luz de los astros. Así que decidió preguntar al sabio más sabio del lugar qué podía hacer para las estrellas contemplar.

El sabio más sabio, que sabia (y astrónoma) resultó ser, al pequeño respondió: Si las estrellas quieres admirar, al lugar más alto y alejado tendrás que viajar, lejos de luces y ciudades, y cerca del cielo has de buscar.

Y el niño cogió su mochila y comenzó a caminar. Tras mucho deambular, huyendo de zonas pobladas y farolas cegadoras, una alta montaña logró encontrar (cerca de una ciudad que una Ley del Cielo acababa de aprobar, protegiendo así los cielos de la noche como bien universal).

Subió, subió y subió, en su cima acampó y las estrellas, finalmente, pudo mirar y requetemirar… Sin embargo, pronto advirtió algo que le comenzó a inquietar.

¿Qué era ese movimiento, esa variación, ese… titilar? ¿Cómo es posible que su brillo cambie y no pueda verlas sin más?

El niño desanduvo lo andado y a la sabia volvió a preguntar.

¿Por qué veo las estrellas arrasadas por un temblor? ¿Por qué titilan, señora? ¿Es el frío, es el amor?

No, pequeño aventurero. Las estrellas no padecen por el frío, ni es una enfermedad, ni un sentimiento exaltado… Lo que pasa es que la atmósfera, te quita la claridad. Es como si quisieras, en el fondo de una piscina, un objeto contemplar. Verías deformaciones, porque el agua en medio está. Pues la atmósfera es lo mismo. Nos protege de mil cosas… pero al mirar hacia arriba, emborrona el panorama.

¿Y cómo, preguntó el niño, lo puedo solucionar?

Ay, pequeño aventurero. Voy a intentarlo explicar… Necesitas a ingenieros que te puedan ayudar. La luz que llega del cielo tiene un dibujo al llegar. Cuando choca con la atmósfera, pues se empieza a deformar. Se llama frente de onda, y aunque nos llega alterado, se puede recuperar. Puedes con exactitud calcular todos los cambios, y con un espejo blando, compensar la variación, haciendo que nuestra imagen vuelva a tener precisión. Muchas veces por segundo calculamos y apretamos este espejo deformable para que el frente de onda esté de nuevo aceptable. Con esta tecnología, tendrás tu luz impoluta.

Me parece impresionante que con la tecnología podamos ver lo que el cielo, travieso, nos desdibuja. ¿Cómo se llama esa técnica?

Pequeño, buena pregunta. Es óptica adaptativa. Con esto, un telescopio y un instrumento, ya te puedes ir contento.

Qué cosas, cómo se alían ciencia con tecnología.

Y así, nuestro niño inquieto, siguió contemplando astros, sabiendo que el titilar es solo un guiño del cielo.

La mensajera

Representación artística de la sonda MESSENGER en órbita de Mercurio. Crédito: NASA
Representación artística de la sonda MESSENGER en órbita de Mercurio. Crédito: NASA

18/03/2011

Para vosotros soy gris o sepia. Las fotografías que llegaron en los setenta del pasado siglo os dan una imagen de mí que estaba incompleta. Era como si me hubiesen puesto una tirita enorme y, al arrancarla, se hubiese llevado toda la piel… Eso fue porque la Mariner 10 no tomó imágenes de toda mi superficie. Me sobrevoló tres veces y para mí fue todo un acontecimiento. Al principio me asusté. Mis capas superiores han sido testigo de bastantes choques y no me apetecía uno más; de hecho, tengo una colección de cráteres de lo más variado…

Pero Mariner sólo quería “hacerme un reportaje”. Cuando se fue me quedé un poco triste… ahora está orbitando el Sol, apagada (qué contradicción, apagada frente a una ardiente estrella). Se quedó sin combustible y viaja a la deriva. Es casi como si hubiera muerto.

Luego se acercaron otros y me hicieron fotos más completas.

Ya saben quién soy, ¿verdad? Soy el lunar que le sale al Sol cuando paso entre él y la Tierra. Una manchita bien definida. Al ser el más pequeño del Sistema Solar todo me parece enorme (soy sólo un poco más grande que su Luna). Pero no por ser el más pequeño soy menos denso, qué va. Y mi temperatura supera la de la Tierra cuatro veces… ¡estoy que ardo y soy un pesado! Además de lento, porque a mí un día solar me dura el equivalente a 176 días terrestres. Me gusta ir despacito.

Tengo un campo magnético bastante fuerte que genera mucho interés. Y el hecho de ser tan denso puede deberse a tanto choque. Al estrellarse contra mí, es posible que “pelaran” mis capas superiores y que mi núcleo esté muy cerca de mi superficie. Dicen que puede ser principalmente de hierro.

Pero dejemos de hablar de mí.

Hoy el tema candente es mi nuevo invitado, una visita esperada desde hace casi siete años. Es el tiempo que ha tardado en llegar desde su lanzamiento en la Tierra. Tal vez, observándome más de cerca puedan desentrañar más cosas, conocerme mejor. Por eso me han enviado a la Mensajera, la Messenger. Estoy tan contento de estar de nuevo acompañado… Claro, ustedes tienen la Luna, pero yo carezco de satélites naturales, así que un poco de compañía me viene bien.

Nunca me habían orbitado así. Es normal que se quede a una distancia prudencial, lo sé. Demasiadas radiaciones. Demasiado calor. Pero algo es algo.

¿Cómo habrá sido ese viaje de la Messenger a través del interior del Sistema Solar? ¿Qué podrá contarme de Venus? ¿De los 4.900 millones de kilómetros que ha recorrido desde que saliera lanzada en un cohete Delta II el 3 de agosto de 2004? Menuda experiencia…

Estoy deseando que despierte… Ahora mismo está dormida. En unos días sus instrumentos se irán poniendo en marcha, poco a poco, y se pondrán a trabajar. Yo seré el protagonista de esas observaciones.

Soy Mercurio, el planeta más pequeño del Sistema Solar. Encantado de conocerles (otra vez).

 
Inspirado en la noticia del diario El País: Una nave llega por primera vez a la órbita de Mercurio, por Malene Ruiz de Elvira (Madrid, 22/03/2011). Publicado en CreativaCanaria el 28/03/2011.

30/04/2015

Hoy mi superficie, como me temía, ha sufrido un nuevo impacto. Me he fundido con mi amiga, la mensajera. Tras cuatro años he visto cómo se precipitaba sobre mi suelo y se hacía añicos. Ahora somos un solo objeto con mil historias que contar.

La estrella fugitiva

Créditos imagen: NASA/JPL-Caltech - http://www.spitzer.caltech.edu/images/5517-sig12-014-Massive-Star-Makes-Waves
Créditos: NASA/JPL-Caltech

“¿Horóscopo? ¿Qué horóscopo? ¿Qué es eso? ¡Anda, anda! Como si no tuviera yo bastantes preocupaciones para que me vengan ahora con tonterías, ¡vamos, por favor!

¿Pero no ven que esto está que arde? ¡La separación ha sido explosiva! Qué manía tienen algunas estrellas de explotar como supernovas… A ver ahora dónde me meto yo. La verdad es que todo el día orbitando y orbitando… ya estaba yo cansado de tanta vuelta. Hasta que mi compi reventó y ahora no hay manera de parar esto…

Y digo yo, que a esta velocidad, a 86.000 km por hora -¡24 km por segundo!, que se dice pronto, oigan- como me la acabe pegando, el reventón va a ser para crear nueva estadística…

Que si “estrella fugitiva” (mira, a ver si me contratan para hacer una película), que si “surcando el polvo espacial” (mejor me callo), que si “estrella desenfrenada surca el espacio” (¿desenfrenada?… ¡y cómo pretenden que me frene!), que si “estrella que se escapa”, que si “labrando el espacio” (qué romántico e inspirador)…

Sí, sí, ¡mucho nombrecito y mucho titular y pocas aseguradoras, que nadie se ha ofrecido para echarme una manita! ¡A ver si se creen que esto es plato de gusto! ¡Cómo voy a estar de buen humor si a la que me descuido me pego una leche! ¡Y mi vida social, ¿eh?! ¿Han pensado en eso? No hay manera de parar en ningún sitio para tomarme algo (¡ahora que por fin entró en vigor la ley antitabaco!).

Y si sólo fuera eso…

Cuando mi colega explotó lo dejó todo perdido. No se pueden imaginar el desastre que tenemos por aquí. Pues para no pegármela (y porque uno es ordenado y limpio) no puedo parar de soplar para abrirme camino, que aquí está todo lleno de polvo y uno no está para andar pagando equipos de limpieza… qué se creían. ¡Con veinte veces el tamaño de su Sol necesito ejércitos para adecentar esto un poco! Y los astrónomos, con sus telescopios infrarrojos, ven mi estela y les encanta. Bonita es, ¡pero no se hacen una idea de lo que cuesta!

Agotado estoy… ¿Porque saben cuánto tiempo llevo así? ¿Eh? ¿Listillos? ¡Pues un millón de años (año arriba, año abajo)!

Me llaman Zeta Ophiuci, y como a alguien se le ocurra hablarme del horóscopo o del zodíaco o de alguna otra cosa de esas… ¡le doy un soplido!

¡Uy! No me puedo despistar ni un momentito, casi me como un trozo de roca… ¡Hala, a ver si alguien se apiada y me echa el freno! Aunque mucho me temo que esto va a terminar reventando por algún sitio. Si ya lo decía yo, no te juntes con estrellas más grandes que tú, que tienen un pronto… “.

 

Inspirado en las noticias “Una estrella se escapa de la constelación que ha cambiado el horóscopo”, por Judith de Jorge/ABC; y en Hallan una estrella fugitiva labrando en el espacio”, Madrid/EUROPA PRESS.

Cuento publicado originalmente el 01/02/2011 en CreativaCanaria.

Créditos imagen: NASA/JPL-Caltech – http://www.spitzer.caltech.edu/images/5517-sig12-014-Massive-Star-Makes-Waves

El sistema solar no tiene nombre

«El sistema solar no tiene nombre». Por eso se escribe con minúsculas, al contrario que la Vía Láctea, que es el nombre de nuestra galaxia. Por eso propongo un concurso libre para ponerle nombre antes de que lo hagan civilizaciones extraterrestres. ¿Cómo llamarías a nuestro sistema solar?

divertido-sistema-solar-600x375. From: http://wallpapers.org.es/divertido-sistema-solar/
divertido-sistema-solar-600×375. From: http://wallpapers.org.es/divertido-sistema-solar/

Vale que es una familia. Una familia con sus claros y oscuros, pero, al fin y al cabo, una familia. Y todas las familias tienen un apellido. Se perpetúan a lo largo de la historia (¿esta «historia» irá con mayúsculas?) dejando un rastro que creemos indeleble.

La Tierra, el planeta, se escribe con mayúsculas. Igual que nuestro satélite, la Luna. Los demás planetas de la familia también tienen nombre, y se escriben con mayúscula. Mercurio, Venus, (nosotros), Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Parece que los más pequeños, pese a no ser planetas, tienen nuestro apellido (Sol) y sus nombres propios: Plutón, Haumea, Makemake y Eris.

Hasta la galaxia en la que vivimos, la Vía Láctea, tiene nombre (¡se escribe con mayúsculas!), igual que Laniakea, el supercúmulo en el que estamos inmersos.

Resumiendo: ¿se escribe «Sistema Solar» o «sistema solar«? ¿Con mayúsculas cuando hablamos del «nuestro» y con minúsculas cuando hablamos de otro sistema estelar? ¿Qué opinaría Carl Sagan ante este entuerto (y no nos sirve en inglés, que ellos todo lo escriben con mayúsculas)? ¿Es tan importante preocuparnos por unas mayúsculas…?

Mientras, allá arriba, el Sol sigue calentándonos, la Tierra y los demás planetas, girando, Marte sigue escondiendo sus misterios, y la Voyager continúa su aventura, aunque aún están debatiendo los expertos si sigue con nuestra familia o, por fin, ha abandonado los confines del Sistema Solar.

(¡Ups! Finalmente, se me ha visto el plumero. Pero, si al final es verdad que no tiene nombre, ¿no os da penita? ¿Le buscamos un nombre? Venga, aceptamos propuestas. Yo voto por «Hogar»).

La estrella y el polvo, un cuento con epílogo *

http://www.eso.org/public/images/eso9846a/

La estrella llegaba al final de su vida.

Si las estrellas pudieran sentir, pensar o elaborar cadenas de palabras (en inglés, porque como en toda la ciencia ficción, si hay visita de extraterrestres, hablan en inglés… Pues esta ficción, aunque sin extraterrestres, no va a ser menos)… Como decíamos, ¿qué ideas asaltarían a esta gigante roja que empezaría en breve a perderse para dejar de ser un objeto y pasar a ser miles de ellos?

Las partes empezarían a tomar conciencia, a discurrir, a sentir los efectos de la reciente muerte en sus recientes vidas. Un ciclo salvaje e impertérrito. Hermoso y cruel. Un ciclo cargado de incógnitas y de variables.

Pero volvamos al principio, que nos estamos poniendo muy tremendos…

Nuestra estrella había disfrutado de una larga vida. Es lo que ocurre cuando se tiene una masa relativamente pequeña. Las estrellas con hasta ocho veces la masa del Sol tienen una prolongada y pacífica existencia. Al contrario que sus primas, las estrellas masivas, que tienen una vida corta y explosiva (la vida loca, que se le llama).

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Durante la fase de secuencia principal (es decir, su vida normal) la estrella mantiene un estado de equilibrio estable gracias a las dos fuerzas que se contrarrestan: la presión que nace del interior de la estrella, que tiende a expandirla, y la gravedad que tiende a comprimirla. Estos dos procesos hacen que se alcance un equilibrio hidrostático: la estrella parece tener un flujo estable, por lo que deducimos que está en fase de equilibrio (esto le va a durar, pero luego se vuelve una desequilibrada…).

Pensemos en nuestra estrella como en una especie de cebolla compuesta por capas de elementos químicos (como toda la materia que conocemos, tan poquita en el universo, lleno de vacíos y de energías y materias oscuras e invisibles… ¿sabían que la materia que conocemos es sólo un 4 por ciento de todo el universo? Una minucia…).

Nuestra cebolla particular ha pasado su vida consumiendo el hidrógeno del núcleo (su combustible principal) y transformándolo en helio. En ese ejercicio de fusión, el hidrógeno pasa, principalmente, por el proceso de reacción protón-protón… Dos veces. Así como suena: “protón-protón”.

Les explico: es como si hubiera una tremenda fiesta e invitásemos al hidrógeno (hay truco, le hemos quitado un electrón). En principio, debido a que se tienen “yuyu” (es decir, como tienen la misma carga se repelen, como los imanes) los protones no se relacionan nada de nada. Pero imagínense que subimos la temperatura y la densidad, tal y como ocurre en el núcleo de la estrella. Pues los núcleos de los hidrógenos, es decir, los protones, se fusionan de dos en dos hasta quedar bien pegaditos por la fuerza fuerte (que no es lo contrario a la “debilidad débil”, que eso no existe, aunque sí existe la “fuerza débil”, por muy contradictorio que suene… cosas de la física). Pero estas relaciones son muy inestables… menudo carácter tienen. De manera que uno de los protones, molesto, se convierte en neutrón, generando un núcleo de deuterio. Por si fuera poco (y no me preguntéis por qué) esto ocurre dos veces. Por el camino se han cansado y han gastado energía, generando un positrón (esta fiesta tiene cada vez más gente) y un electro-neutrino.

Pero eso no es todo. La locura se apodera del personal y el deuterio choca con un protón. Eso libera un fotón gamma (¿este de dónde ha salido?) y genera un isótopo de helio. Y como fiesta llama a fiesta, otro isótopo de helio se acercará, formando un núcleo de helio con dos protones y dos neutrones (¿en el mismo espacio caben todos?), liberando a dos protones sobrantes (aaahhh, eso decía yo) y soltando una energía que ya la quisieran los radiadores de mi casa…

Menudo fiestón.

Y así millones de años.

Agotador.

Sin embargo… llega un momento fatídico en que se agota el hidrógeno, ese elemento elemental (querido Watson), y todo ha pasado a convertirse en helio. Dicen los libros de ciencia que la estrella llega a una etapa llamada de “envenenamiento por helio”… Imagínense, ese núcleo donde antes todo era jolgorio, ahora es tan solo helio… ¿se le pondrá voz de pito? (Menos cachondeo, ¿eh?). Dado que en el núcleo no queda chicha, la fusión pasará a producirse en una capita más externa de la cebolla donde aún, ahí sí, queda hidrógeno.

¿Qué efectos tiene que la actividad de fusión haya cambiado de capa? Pues que la cebolla, aparentemente, engorda y pierde temperatura, volviéndose más roja.

¡A-JA-JÁ! ¡Por eso se les llama gigantes rojas!

Pues sí, muy bien, premio para la persona humana lectora. Pero todavía no hemos llegado. Tranquilidad…

Ahí sigue nuestra estrella, enfriándose paulatinamente, hasta que llega a un punto en que no puede enfriarse más… y para compensar ese “pelete” que ha empezado a adueñarse de su atmósfera estelar, empieza a hincharse cual globo, convirtiéndose, esta vez sí, en una magnífica, enorme y gigantesca gigante roja (valga la redundancia). La estrella ha multiplicado su tamaño por tropecientosmil. Es el principio del fin, y ha dado comienzo una etapa difícil de unos millones de años de deterioro… El apretado núcleo de la estrella, donde antes no había más que fiestas y fusiones, es ahora un mar de dudas… Los elementos que antes permanecían ocultos salen ahora a la superficie y empiezan a dejarse llevar…

¿Que por qué?

Porque una vez que ha terminado de hincharse en esta primera fase… ay amigos… empieza a quemar el helio de su núcleo. El centro de la cebolla grita “¡Ignición!”, y otra vez a volverse locos. Todo empieza a tambalearse. Ya no es una gigante roja (qué manía con las etiquetas…), porque ahora… está en una fase de “apelotonamiento rojo”. Un momento… -interrumpe airada la estrella-.

– ¿Apelotonamiento rojo? ¿Esto es una broma? O sea, paso por una etapa en la que se me acaban las pilas de hidrógeno, engordo y me enfrío (que no veas la rasca que hace aquí arriba), atravieso uno de los momentos (en millones de años, menos mal) más duros de mi vida… ¿y me llamáis “apelotonamiento rojo”? Venga ya, esto es tener mal gusto y lo demás son pamplinas…

La estrella nos vuelve la espalda (si es que tienen espalda, claro) enfurruñada mientras murmura palabras ininteligibles. Apelotonamiento rojo en efervescencia y helio. Esto es un sinvivir. Un sinvivir que puede durar millones de años. Otra vez. Esta muerte, como la vida, es muy lenta…

Ahí hemos dejado a la estrella, en sus disquisiciones, fusionando el helio en carbono. (¡Anda, otro invitado más!). También hay berilio por ahí (un elemento duro y bastante tóxico, mejor mantenerse alejados). Luego el carbono se transformará en oxígeno, el oxígeno en neón, el neón en magnesio… todo seguirá así mientras haya helio.

Pero ahora es cuando yo me pongo triste, porque contar estas cosas tiene su lado triste, no se crean… Se nos acaba el helio, incluso el de las capas exteriores…

– Y ahora qué- la estrella se ha vuelto hacia nosotros con una cara muy provocadora, claramente irritada.- ¿Ein? Ahora qué, narradora, ¡venga, dinos qué pasa!

Ay, estrella, no me mires así, en jarras, toda enfadada… Pues ¿qué va a pasar? Lo que pasa siempre… te volverás a hinchar, llegarás a una etapa que se conoce como “rama asintótica de las gigantes” (asintótica, no asintontica”), brillarás como nunca has brillado en un canto del cisne impresionante, llegará el dragado, es decir, los elementos de tu interior saldrán al exterior, mostrándonos tus más profundas intimidades, perderás masa y te volverás inestable (con ese humor no me extraña) y, como cebolla marchita, empezarás a librarte de tus capas exteriores…

Sólo tu blanco corazón permanecerá, rodeado de preciosas nubes de polvo y gas que habrás ido soltando en este camino hacia tu bello final.

– Ah -silencio-. Pues vaya… -más silencio-. Pero tú no has venido aquí a contar cómo me muero, ¿no?

Efectivamente. Esto es solo parte de la historia. Yo he venido aquí a hablar de un misterio misterioso. Todo el mundo se fija en la pobre estrella (vale, no me extraña, es un momento muy duro y a nadie le hace gracia convertirse en una enana blanca… por cierto, ¿sabían que, teóricamente, el siguiente paso tras ser enana blanca es convertirse en enana negra? Sin embargo, parece ser que es necesario taaaaaanto tiempo para que esto ocurra, que el universo es tan joven que aún no ha dado tiempo a que ninguna enana blanca se convierta en enana negra… Eso, o son tan negras que aún no las hemos encontrado).

Volviendo al meollo. La estrella, pena, dolor, triste adiós, sí, pero nadie parece darse cuenta del momento vital que están atravesando… las motas de polvo.

¿Cómo que qué motas de polvo? Almas de cántaro, ¿pero no les estamos diciendo que desde el núcleo de la estrella, por diversos efectos, se están expulsando las capas de cebolla de la estrella al exterior? ¿Y en forma de qué se creen que están liberándose? ¡¿De chuleta?! ¡No! (Déjenme calmarme…).

Veamos: la atmósfera de la estrella nunca ha dejado de estar en movimiento. Hemos dicho que nuestra protagonista ha estado hinchándose y lanzando al espacio la materia, haciendo que, al final, perdiese todo su contenido, convirtiéndose en una enana blanca. Como aquí nadie se está quieto, la propia enana blanca emite una radiación que influye en esos elementos que antes formaban las capas y que, ahora, generarán una maravillosa nebulosa planetaria (no va de planetas, es que quien lo descubrió tenía un telescopio muy básico y pensó que había planetas, pero no. En realidad es una muerte estelar, suena feo, pero luego lo arreglo).

Intenten rebobinar… Vayamos justo al momento en que la estrella empieza a hincharse. No se lo van a creer, pero estrellas como nuestra protagonista son verdaderas fábricas de polvo cósmico. Un polvo compuesto por diminutos granos que viajan hacia el medio interestelar y juegan un importante papel en la evolución de los objetos astronómicos, ya sean galaxias o embriones de planetas (sí, apelotonamientos de materia que acabarán formando planetas). Y aquí está el misterio: lo mismo que sabemos casi con total certeza cuál es el proceso que vive una estrella en su núcleo cuando empiezan las fases finales de su vida, desconocemos cómo se forman los granos de polvo y qué les pasa en su viaje.

Los tenemos ahí delante, nos concentramos en lo que le pasa a la estrella, y a esos recién nacidos, ni caso…  Olvidamos que el espacio interestelar está lleno de las cenizas de estrellas fallecidas (no lo estoy arreglando) compuestas por partículas de gas y polvo que, reiniciando un proceso de millones de años, empiezan a interaccionar. El grano de polvo parece ser el mecenas, el anfitrión y el transportador de esas interacciones, además de formar parte de los discos que rodean a las estrellas, generando los componentes básicos de las rocas a partir de las cuales se forman los planetas sólidos.

¿Qué les pasa a los granos de polvo que nacen cuando la estrella empieza a hincharse y a dejar escapar su material? Hay unas cuantas cosas que sí sabemos. No las voy a contar todas, pero, por ejemplo, aunque sabemos que casi todos los elementos se generan en el núcleo de una estrella, también sabemos que hay algunos que no: como contábamos, en el núcleo, cuando el helio empieza a fusionarse, pasa directamente a carbono y oxígeno… ¿Qué pasa con los elementos intermedios, con el berilio, el boro y el litio?

Pues estos elementos no se forman en las estrellas. Cuando son lanzados fuera, los pepinazos de rayos cósmicos (que andan por ahí sueltos a su aire, y no se sabe con certeza cuál es su origen) les alcanzan, desintegrando el carbono, el nitrógeno y el oxígeno y dando lugar al nacimiento de estos elementos.

Interesante, ¿verdad? Pero intuyo que se están liando. O yo me estoy liando. Es que esto del ciclo eterno de la vida es muy cansino. Solo les pido que se queden con una cosita: el polvo primigenio (siempre he querido decir esta palabra tan pomposa, “primigenio”) solo puede formarse en las recónditas y cálidas regiones de estrellas evolucionadas (un eufemismo para decir en el corazón de estrellas viejunas) como la que ha protagonizado nuestra historia, o en las explosiones de sus primas, las estrellas gordotas, que acaban estallando como supernovas.

Nuestro polvo estelar empieza entonces un viaje iniciático que le llevará, primero, a superar una carrera de choques en sus primeras etapas, nada más desprenderse de la estrella; a enfrentarse con los fotones ultravioletas que tienen muy mala UVa (pillen el chiste); a luchar contra las partículas energéticas (rayos cósmicos, rayos gamma, dándolo todo en una lid sin par); a defenderse en la fase de creación de los planetas, donde todos tienden a quedarse pegados; y, finalmente, a no sentirse solo cuando llegue al medio interestelar y flote, aislado, en un semivacío en el que parece (y digo “parece”) que nunca volverá a estar acompañado. De la multitud a la soledad…

¿Se dan cuenta de todo lo que viven estas motitas de polvo? No me extraña que luego, con tanto choque y tanta interacción, acaben surgiendo cosas inauditas como, por ejemplo, la vida.

Conclusión: sí, el trasiego de la estrella es una locura. Mucho trajín en sus últimas etapas. Pero qué me dicen de la vida de una mota de polvo…

Supeditada a las presiones, intentando no sucumbir a los vientos estelares. Una sencilla mota de polvo suspendida en algo muy parecido al vacío. Tras un intenso viaje allí está, en un silencio sórdido que todo lo inunda. Cuántas cosas podría contarnos una mota de polvo…

Mientras, seguimos preguntándonos cuál fue la semilla a partir de la cual nació.

Su origen. Por qué.

Todo es un misterio… todavía.

EPÍLOGO:

No quiero dejarles sin algo más de información (¡como si fuera poca!) sobre el futuro. Sepan que cada vez nuestros instrumentos ven mejor y más lejos. Y que eso que tanto nos inquieta a los astroquímicos (¡Alerta! ¡Palabro! Corrijo:)… a los que estudiamos, entre otras cosas, qué condiciones se dan en las zonas de las estrellas evolucionadas donde se forma el polvo, algún día será otra historia, con otros protagonistas. Mientras tanto, observamos nuestras estrellas, soñamos en nuestros laboratorios y seguimos investigando rodeados, a veces, de polvo no tan cósmico, de recortes y ausencias, de éxitos y pérdidas, en un camino con un único fin. Porque, sean quienes sean nuestros protagonistas, ya sea una estrella o una mota de polvo, nuestro viaje es hacia el conocimiento.

*Una versión adaptada de este cuento participó en el certamen «Inspiraciencia» 2014, en la categoría de relato corto para adultos.

Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar…

Aquella tarde, sin saberlo, Don Quijote decidió cambiar el rumbo de la historia.

Se lanzaría hacia los gigantes a sabiendas de que acabaría molido a palos… o no. Se colocó la destartalada armadura, subió a su maltrecho Rocinante y, mirando a Sancho, sonrió con la confianza de aquel que sabe que tiene razón. Lo había hecho en numerosas ocasiones y no podía defraudar a su nuevo lector.

Pero, por una vez, alguien, en algún recóndito rincón del mundo, leyendo por no se sabe cuál vez aquella breve pero intensa aventura del caballero de la triste figura enfrentándose a los molinos de viento, por una vez, digo, el lector, sorprendido, leería una historia distinta.

La propia pluma de Cervantes, aliada con la tinta en un arranque de independencia, había elegido otros caminos cuando se imprimió aquella versión, redactada en un mundo paralelo de fantasía: hoy el loco vencería a los gigantes.

Y Sancho, perplejo, vio cómo Don Quijote se alejaba y divisó, no sin sorpresa, anchos brazos sobre enhiestas cabezas, gruesas piernas intentando aplastar al enjuto hidalgo en un lento y pesado caminar… Pero, inexplicablemente, no pudieron con él. Continuar leyendo «Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar…»

Venció.

Exhaustos, sentados a los pies de los ahora molinos, fueron quedándose dormidos mientras les envolvía un atardecer que iba preñando de estrellas el firmamento. “Hemos vencido a los gigantes”, murmuraba satisfecho el caballero andante a su escudero fiel, mientras este, creyéndose inmerso en una ensoñación, afirmaba con la cabeza incrédulo, al tiempo que descubría una Vía Láctea impresionante…

Nadie sabe por qué la pluma y la tinta decidieron regalarles una nueva aventura, pero, de repente, ya no estaban recostados sobre el muro del molino: sin saber cómo, aparecieron a los pies de una enorme cúpula plateada, desde donde podía verse un magnífico mar de nubes.

– Señor, no sé cómo ha sido esta maravilla, pero muy mal hemos de andar para aparecer y desaparecer de libros sin ver nosotros la manera en que esto ocurra…

– No has de temer, Sancho, que magias similares he visto hacer al hombre… pero no parece ésta mala cosa –decía levantándose y mirando hacia arriba-. ¡Pues sí que es éste extraño molino!… Veamos dónde tiene la puerta…

Y dando la vuelta al lugar, dejando al viejo Rocinante y al pollino olisqueando algunas hierbas, encontraron una puerta a través de la cual entraron al interior del edificio del telescopio, pues no era este gigante otro que el GTC.

– ¡Mira Sancho, las maravillas que sabe hacer el hombre! ¿Ves esta enorme mole de metal? ¿Ves, posadas sobre sus piernas, las superficies que, cual espejos, reflejan el cielo? Con estos ojos gigantes, Sancho, estudian los sabios las aventuras que, más allá de las tierras conocidas, ocurren en otros libros.

– Sí que es extraña la cosa, señor, pues lo que ven mis ojos parece un gigante y se mueve despacio, como lo hacían esta tarde al entrar en batalla, pero no veo por ninguna parte cómo puede ayudar a los sabios…

– Este es, Sancho, un invento del futuro… Mientras nuestro autor, Miguel de Cervantes, está escribiendo ésta y la segunda parte de nuestra historia, se suceden en el mundo de la Ciencia maravillosos descubrimientos, entre ellos, el telescopio.

– ¿El teles qué?

– Sancho, un invento que acerca los astros… Pareciera que ves las estrellas más cerca de lo que en realidad están.

– Y eso, ¿por qué lo hacen, señor Don Quijote?

– Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar.

De repente, se acercó una astrónoma de soporte que les dio la bienvenida…

– Les estábamos esperando. ¿Están preparados para iniciar la visita?

Sorprendidos, Don Quijote y Sancho Panza se miraron y, sin dudarlo un instante, afirmaron con la cabeza.

– Di que sí a todo, Sancho, que vamos a iniciar un viaje por las páginas de este extraño libro, acompañados por inquietos ojos, a quienes desvelaremos quién es este cíclope y cuáles son sus secretos…

—————————- (Tras visitar el telescopio)——————————-

Don Quijote y Sancho llegaron, finalmente, a la sala de control, donde los astrónomos recibían la información enviada por los instrumentos.

– Un telescopio es como una máquina del tiempo: con él se pueden ver cosas que pasaron hace mucho tiempo. Esto es una nebulosa: la estamos estudiando para conocer su evolución… Están compuestas de gases y polvo, y en ellas se forman estrellas y sistemas planetarios semejantes al nuestro…

A Sancho, que ya tenía hambre porque no había cenado, se le antojó que la nebulosa parecía una inmensa bandeja de brillantes viandas… A Don Quijote le maravilló tanto el contemplarla que pidió, si aún no se le había puesto nombre, que la llamasen Dulcinea.

– “Nebulosa Dulcinea”… La sin par del Toboso puede estar contenta. De esta aventura he logrado, no sólo vencer por fin a los gigantes, sino que he podido también contemplar una belleza igual a la de mi amada reflejada en el cielo. ¡Volvamos, Sancho, a nuestra historia! Que no se diga que no nos enfrentamos a mil aventuras con valentía. Hoy hemos cambiado un poco el discurrir de Cervantes, pues hemos burlado unos cuantos golpes y hallado un nuevo gigante cuyos vientos nos han sido favorables. Otros libros nos han acogido hoy, Sancho. Pero hemos de regresar.

Salieron al exterior. La noche cerrada no impidió que encontraran sus cabalgaduras. Pero, antes de marcharse, decidieron sentarse de nuevo a los pies de aquel gigante para contemplar la hermosa noche de la isla de La Palma.

Sancho preguntó, no sin antes pensar en las palabras de la astrónoma sobre la “máquina del tiempo”:

– ¿Por qué habremos hecho este viaje, señor?

A lo que Don Quijote respondió:

– Porque quiénes sino nosotros, dueños tan sólo de la ilusión por alcanzar lo imposible, podíamos acompañar a los lectores en este descabellado empeño donde lo imaginado se hace realidad…

Sancho cerró los ojos, de nuevo adormecido, viendo en sus retinas la magnífica nebulosa que acababa de contemplar y recordando la frase que le dijera Don Quijote:

“Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar”.

—-

Cuento publicado en el «Libro del GTC«, editado con motivo de la Primera Luz del Gran Telescopio Canarias en el año 2007.

Macroaventuras de un microbio

Me presenté voluntaria para esta misión porque consideré que supondría un avance para la ciencia.

Mi vida de Bacillus Subtillis (Bacu para los amigos, aunque a todas nos llaman igual…) es bastante rutinaria.

Normalmente vivo pegado al suelo (como verán, utilizo indistintamente el sexo masculino y femenino, por eso de que no tenemos…-qué cosas-).

La verdad es que como soy tan endiabladamente resistente pensé: “¿Por qué no viajar al espacio y pasar allí una temporadita? Total, el sueldo está bien y no voy a tener gastos. ¡Vámonos pues!”.

Soy algo así como un extremófilo, entendiendo por extremófilo no aquello que se afila en un plis plas, no. Un extremófilo tampoco es un bicho extremista (es que he oído de todo en estos meses, antes de salir de misión, y me gusta dejar las cosas claras).

Un microorganismo extremófilo es un bichito microscópico que puede vivir en condiciones extremas: lo mismo enterrada en el hielo del Ártico que en un ardiente desierto, o en líquidos ácidos o zonas radiactivas en las que se supone que nada vivo puede sobrevivir (valga la redundancia, pero es que no hay otra forma de decirlo… o sí, pero no me traje el diccionario por falta de espacio… menos mal que está la wikipedia).

Parece ser que tengo una endospora bastante dura… en realidad, cuando veo que la cosa se pone fea, en unas diez horas tengo este escudo protector que me deja tranquilo. Eso no lo atraviesa casi nada. Y me quedo tan ancha. Me convierto en “SuperBacu”. No llego a ser un tardígrado, pero me defiendo bien. Por eso nos propusieron este viaje, para ver qué tal la vida aquí en el espacio para nosotras. De hecho, la nave se llama O/Oreos (Organism/Organic Exposure to Orbital Stresses), o sea, que nos van a poner nerviosas a ver qué tal reaccionamos (pero para mí que yo me voy a quedar igual…).

Y aquí estamos: no hacemos mucho, la verdad es que esto se parece bastante a la rutina de allí abajo. Bueno, la diferencia es que al no haber gravedad no hacemos más que flotar, flotar, y flotar a 640 kilómetros sobre la Tierra en lo que llaman “microgravedad” (claro, al ser pequeñitas, todo es “micro”). Y es que estamos metidas en una nave del tamaño de una barra de pan (de las buenas, no de esas minis que venden ahora, que ahí sí que habría fricciones entre nosotros). Aquí no sólo estamos las Bacu, también hay Halorubrum chaoviatoris y cuatro tipos de materia orgánica…

¡Uy! Ya empieza lo bueno. ¡Marchaaa! Están empezando a darnos caña con la radiación ultravioleta y la radiación cósmica. Ay mi madre… nos están rehidratando. Pues nada, a ver qué tal van los experimentos. Esto va a ser la fiesta del siglo, aunque como empecemos a reproducirnos lo mismo se “calienta un poco la cosa”… por algo somos los organismos más extendidos del planeta, no nos para nadie…

Por cierto, ¿no creen ustedes que para ser tan pequeños estamos viviendo una aventura impresionante? ¿Qué hace un microorganismo en una micronave espacial? Ya se lo digo yo:

¡Vivir una macroaventura!

Inspirado en la noticia del diario ABC “Una micronave de la NASA pone a prueba la vida en el espacio , por Judith de Jorge/Madrid

Publicado el 22 de enero de 2011 en el blog de CreativaCanaria, lo recupero aquí y se lo dedico a mi recién doctorada amiga Laura, que de bichitos extremófilos sabe un rato. 😉

De batas y lágrimas

http://caligrafiasurbanas.blogspot.com/2013/01/y-si-la-cura-del-cancer-estuviese.htmlEntró en su laboratorio.

Miró el equipamiento desde la puerta.

Se acercó a una de las sillas y se sentó.

Apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cabeza entre sus manos.

Estuvo así un rato.

Estaba amaneciendo.

Pensaba.

O al menos lo intentaba.

 

Ayer se había marchado el último postdoc de su grupo.

Un par de años antes eran ocho.

Ahora solo quedaban tres de plantilla para una cantidad de trabajo que no eran capaces de asumir ellos solos.

Miró por la ventana.

Una lágrima esquiva saltó literalmente a su mejilla.

Salió al pasillo, cogió la bata y entró de nuevo al laboratorio.

Respiró hondo.

Y recordó la pintada que había visto hacía poco en una biblioteca de Logroño.

 

 

Mirar al cielo

Por las tardes es cuando más me acuerdo de ti… y de ella.

Recuerdo el brillo incandescente que te rodeaba. Refulgías allá donde mirara, incluso cuando cerraba los ojos podía verte… Recuerdo las horas que pasé pensando en ti, intentando desentrañar tus misterios, analizándote. ¿Eras una estrella?¿Tal vez dos? Estabas demasiado lejos para saberlo, y en eso centraba mi trabajo, en intentar descubrir qué eras, cómo te movías, por qué te comportabas como lo hacías… Igual que con ella. Por las tardes, cuando levanto la vista de mi portátil y miro cómo anochece cuando aún debería ser de día, me pregunto qué habría sido de nosotros si hubiese podido quedarme. Y te veo bailar. Me sonríes. Y me despierto, amodorrado, con las marcas del teclado sobre la cara y mil mmmmmmmm y espacios infinitos en la hoja de texto…

No pudo ser.

Tú no hablas sueco y yo no conseguí trabajo… Un astrofísico sin perspectivas, sin un proyecto que desmarañar… es como un jardín sin flores: algo triste. Podríamos haberlo intentado, pero… no sé. Arrancarte del lugar en el que eras feliz, pese a todo, era pedirte demasiado. Así que, con mis casi 37, acepté un trabajo en otro campo de estudio y dejé atrás mi estrella, mi luz… y mi corazón.

Sé que es una historia como otra cualquiera. No es que me guste dramatizar. Me gustaría volver, pero lo único que me ofrecían era un contrato por el salario mínimo para vender libros a domicilio… y yo para eso no valgo. Porque para eso hay que valer. No creas que no me lo planteé. Pero me habría ido apagando como una enana blanca… y te habrías sentido culpable. Y los dos nos habríamos acabado distanciando.

Decía Manolo García que «Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana». Y yo no quería eso para nosotros. Porque tú eres muy feliz con los peques de tu guardería. Aunque no sepas si el año que viene vas a seguir allí, es lo que te gusta.

Joder, Carmen, estoy roto por dentro y ni la llegada del verano va a arreglar este desbarajuste que llevo en el alma. Solo hay una cosa que me alivia. Y es levantar la vista hacia la zona del cielo en la que sé que está mi estrella (¿o serán dos?) y pensar que nada es inmutable, que a lo mejor esto se arregla. Que cuando haya elecciones esto cambiará y volveremos a estar juntos. Que tantos años de estudio no pueden quedarse en Suecia. Que mis padres me echan de menos, que tú quieres tus propios niños y que yo no aguanto este frío… Y que algún día podré hacer algo más que llorar y mirar al cielo…