CuentoFilia

Categoría: Amor

  • La maldición

    Hacía un frío que pelaba en Madrid. Salí del aeropuerto arrastrando mi maleta con ruedas y me lo pensé dos veces antes de coger un taxi. Siempre cogía el metro. Pero eran las 11:30 de la noche y al día siguiente había que madrugar. Como excepción, me subí a ese taxi. Se me había olvidado por qué me gusta tanto el metro hasta que nos adentramos en la ciudad y empecé a ver los edificios de diez plantas marcados por la luz, definidos contra la noche como fondo, llenos de vida, llenos de historias, aparentemente fríos, mecánicos, geométricos.

    Y, con esa visión golpeando mi retina, empecé a divisar una historia, dentro de otra historia, dentro de una de esas habitaciones iluminadas que, de repente, apagó su luz e inició un viaje por cuentofilia…

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  • El Silencio

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un despertar en una mañana de un día cualquiera en la que el Silencio placentero se adueñó de todo.

    Los pájaros cantaban bajito, respetando el deseo del Silencio de imperar ante todas las cosas. Un Silencio bailarín y alegre que iba haciendo callar con el dedo en los labios a todo lo que se movía.

    El viento silbaba bajito, fresco, cerca de las orejas de los conejos salvajes que mordisqueaban bajito los tallos de las hierbas, con las orejitas gachas, para no molestar.

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  • El árbol de Navidad

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un árbol de Navidad que se declaró en rebeldía y retó al calendario. Era este árbol uno de esos pequeñitos y desmontables que van metidos en una caja. Sus ramitas, hechas de hojitas de plástico con una alambre en la base, se podían colocar como uno quisiera, según fueran de grandes los adornos que se iban a colgar. Pero eso no era todo, qué va. Este árbol fue el árbol revelación en su momento: tenía un enchufe que salía de su base y lo conectaba a la red eléctrica. Cuando se insertaba la clavija y se activaba un diminuto botón negro hacia el «On»… !Ohhhhh! Los diminutos y transparentes hilos de fibra óptica que lo vertebraban desde su tronco llevaban luz de todos los colores hacia todas sus ramas y hojas. ¡Además cambiaba de color! Podían pasar horas con la luz apagada, mirando cómo las ramas del árbol cambiaban del morado al azul, del azul al verde, del verde al amarillo, del amarillo al anaranjado, del anaranjado al rojo, del rojo al fucsia, del fucsia al morado… Menuda maravilla.

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  • El beso

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un beso, perdido en unos labios, que quería salir al aire y vibrar con la intensidad que otorgan la pasión y el deseo.

    Quería ser este un beso dulce y prolongado, de esos que se hacen eternos y paran el tiempo, haciendo que nada de lo que hay alrededor sea más importante que ese instante, haciendo que sólo exista ese momento embriagador y certero.

    No quería morir en una mejilla desconocida, en la superficie lejana de unos labios distantes, o perdido en el viento.

    Quería ser «el beso». (más…)

  • El niño al que le gustaba poco leer

    Érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, un otoño que decidió apagar todas las letras y hacer desaparecer todas las palabras. De repente, un olor ocre de humo que acompañaba a las últimas tardes de septiembre, fue cayendo inexorablemente sobre plazas, mercados, calles desiertas y bibliotecas. Y, misteriosamente, como si la neblina fuera suficiente para borrar siglos de historia, todos los libros del mundo se fueron quedando en blanco.

    Al llegar noviembre, sólo la mitad de los libros, muchos escritos en idiomas ya desaparecidos, permanecían resistentes a la fría neblina que todo lo borraba. Parecía una enfermedad. Se inició una campaña de investigación y numerosos científicos y estudiosos intentaron recuperar las palabras que se volatilizaban… era como si nunca hubiesen existido, como si la materia de la que estaban hechas nunca hubiese sido real. (más…)

  • La vela

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, una vela sencilla que quiso iluminar al mundo para hacerles ver la belleza más pura, esa que no necesita ser iluminada.

    Era esta una vela de cera virgen de abeja, teñida con un tenue color verde, que permanecía en un pequeño vaso de cristal desde que, mucho tiempo atrás, la fabricara una señora en un taller de manualidades.

    Aún recordaba cuando, en el momento de su nacimiento, las manos que la crearon mezclaban el tinte con la cera derretida, dejando trazos más intensos en algunas zonas, y cómo, antes de enfriarse, depositaron la cera con la mecha en medio (una de fibra de lino) dentro de aquel vaso de cristal transparente. (más…)

  • La mirada

    Érase que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un hueco en un muro viejo. Era un muro casi histórico, de esos que separan dos terrenos en el extenso campo verde, un muro de piedras y barro, con la consistencia que dan el paso de los años y el respeto ante algo que divide y nos dice qué es tuyo y qué es mío. Junto al muro, un árbol silencioso que casi nunca hablaba porque dormitaba la mayor parte del tiempo, cantando la canción del susurro de las hojas. El hueco, relativamente joven, oía hablar al viejo muro, compuesto de infinitas partes que a su vez opinaban sobre cada pensamiento y elucubración del anciano ya que, aunque eran historias que casi todos conocían, no les importaba escuchar cómo el muro las repetía una y otra vez. Y el hueco escuchaba siempre con atención cada historia.

    La que más le interesaba era la de su propio nacimiento, la que narraba cómo cayó la piedra que estaba antes en su lugar y cómo más tarde desapareció, llevada por alguna mano misteriosa. (más…)

  • La lata de cocacola

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, una lata de cocacola muy especial. Era ésta una lata muy peculiar que había recorrido mundo. Ya no era en absoluto parecida a una lata nueva, de esas que habitan en una máquina refrigerada en las que depositas una moneda, ni de esas relucientes que hay en las estanterías de los supermercados, no. Esta lata estaba toda abollada. Como era una lata antigua, había perdido la argolla y sólo un triste tono anaranjado, recorrido por unas letras grisáceas, podía dar a entender que, en su día, fue una brillante lata de cocacola.

    Esta lata, que no solía dar mucho la lata, recorrió las carreteras a base de golpes. Recordaba su primer golpe. De hecho recordaba toda su vida, desde que salió de la fábrica, fue llenada del preciado líquido, depositada en una caja junto con numerosas compañeras, cual ejército rojo y plata, hasta que, situada en primera fila en la estantería de una tienda de ultramarinos, en la esquina entre las calles «La Serrana de la Vera» con «El séptimo sello», en la ciudad de Venezuela, fue trasladada a la nevera para estar fresquita y, de allí, pasó a las manos de un chaval llamado Tito. (más…)

  • La mariquita

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una mariquita que quería perder sus manchas. Era esta una mariquita de un intenso color rojo, una coccinella de una variedad abundante, por lo que no se podía clasificar como ninguna especie en extinción. A esta mariquita, lo de no estar arropada por una ley le fastidiaba bastante, porque consideraba que una especie tan pequeña y de tan delicada estructura debía ser  protegida por encima de otras especies más favorecidas como, por ejemplo, el elefante…

    Hay que decir que esta mariquita era muy quisquillosa, protestona y quejica, que  nunca estaba contenta y que se pasaba el día refunfuñando. Estas características no suelen ser comunes en las mariquitas, que son, por naturaleza, coleópteros alegres y de un humor envidiable. Pero se ve que los genes de este insecto, al que todos llamaban Paco (hablamos de un espécimen macho) habían acumulado la mala leche de muchas generaciones anteriores.

    Paco, pues, renegando de su estatus de mariquita «vulgaris», decidió ser diferente para pasar a ser bicho protegido. El plan era el siguiente: debía, en primer lugar, encontrar la manera de ocultar esos puntos negros que tenía sobre las alas (o élitros)… (más…)