CuentoFilia

Categoría: Acontecimientos extraños

  • El Asesino

    ATENCIÓN: Este es un cuento de muy mal gusto (no quiero con ello decir que lo haya escrito nadie llamado Muy Mal Gusto, sino que realmente se trata de un cuento de mal gusto, así que si creen que su sensibilidad puede verse herida, no sigan leyendo).

    Érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, un asesino en serie que quiso dejar su meteórica carrera. Era este un asesino sádico, despiadado, metódico y sin complejos. Al contrario de lo que pretenden vendernos en las películas, este asesino no quería entrar en lid con ningún poli chulo, ni pretendía salir en los periódicos, ni tener ningún tipo de protagonismo. Era un asesino de los de verdad, dedicado a su “trabajo”. No aceptaba encargos (a alguno que había intentado hacérselos le había dado finiquito) ni mantenía contacto con nadie del “gremio”. Se dedicaba a lo suyo y nada más. (más…)

  • El piano

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un piano que quiso volver a sentir vibrar todas sus cuerdas. El piano recordaba tantas cosas que ordenarlas era demasiado complicado… sólo podía asociar los recuerdos con melodías. Entonces sí podía darles sentido y uniformidad. Cómo olvidar al joven pianista que había llorado sobre sus teclas tocando a Bach después de que su amor lo abandonara… Cómo no recordar a la pequeña que aprendía a tocar en secreto, interpretando las canciones de los Beatles que escuchaba en casa de sus padres… Cómo no evocar tiernamente a la cantante de jazz enamorada en secreto del bailarín errante que solo sabía tocar piezas de Hancock… Nuestro piano había recorrido tanto que le costaba conservar sus recuerdos…

    La casa en la que vivía era oscura. Antes había cambiado tantas veces de lugar que estar parado ahora no le importaba. Sentía que necesitaba descansar y eso era lo que hacía. Una vez al mes, siempre por la tarde, la chica que vivía en la casa levantaba la tapa, cogía un pincel y un paño, y limpiaba cuidadosamente las teclas. Despacio, para que no sonaran. (más…)

  • La nave espacial

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán… No, no… Un momento. ¿Existirán? ¿Pero no dicen que el Espacio y el Tiempo son uno solo? ¿Que se crearon a la vez y son inseparables? Por tanto, si algún día dejase de existir el espacio (ese horrible espacio que nos separa y nos enfrenta), si algún día dejase de existir el espacio… el tiempo también desaparecería, ¿no?…

    Es tan difícil imaginar un Universo sin tiempo…. Y aún más complicado imaginar la ausencia de espacio. Pero puesto que nos movemos en el campo misterioso y voluble de los cuentos, dejemos que sea la fantasía la que nos lleve por este inextricable camino.

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  • La escritora de cuentos

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una chica que se dedicaba a escribir cuentos en sus ratos libres (que eran pocos). Era ésta una chica animosa, de grandes ojos y manos ágiles, como pequeñas alas que se deslizaban sobre el teclado acariciando las teclas, que pulsaba, a veces suavemente, a veces con más energía, todo con el fin de que sus pensamientos no quedaran atascados en su mente, con la intención de sacar de su cabeza todas aquellas ideas de lo más profundo de su ser… bueno, ella sabía que salían gracias a las sinapsis de sus conexiones neuronales (porque Punset no paraba de repetirlo). Le gustaba mucho el método científico y deductivo y no dejaba que cualquier charlatán la embaucara con pulseras mágicas o leyendas urbanas. Cuando algo olía mal, por lo general es que era una patraña. Tenía ella un sexto sentido para estas cosas…

    Para escribir sus cuentos se documentaba, se inspiraba en la realidad y luego, a veces, inventaba… La realidad es maravillosa, es una magnífica fuente de inspiración. ¿Qué hay más mágico que una gota de lluvia, cuál puede ser su historia, su proveniencia, su composición…? ¿O cómo no investigar sobre las mariquitas para saber cuántas especies hay, o cuáles son sus enemigos naturales? Navegar por las estaciones del año, perderse en el mar, entrar en la que podría ser la “vida” de un electrón o intuir qué piensa el cuerpo cuando el corazón empieza a tener problemas…

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  • El grifo

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un grifo que soñaba con que, algún día, alguien le enrollara un poquito de cáñamo, ya que se le había aflojado la junta y no le gustaba estar goteando todo el rato.

    Porque una cosa es abrir un grifo y usar el agua que corre firme y decidida, y otra muy distinta es no cerrarlo con la suficiente fuerza o dejar que un huequito traicionero deje escapar el preciado líquido o que el tiempo haga que esa gota siga cayendo, incondicional, porque nadie puede nada contra la gravedad.

    Arturo, nuestro grifo (¡no tienen por qué llamarse todos Roca o Grohe!), era de esos antiguos grifos de una sola llave. Vivía en un lavadero antiguo, de un mármol marrón veteado de blanco muy elegante (el lavadero, Curro, era muy buena gente, aunque un poco reservado). Estaba en un lugar un tanto extraño, ya que se encontraba pegado a la entrada de la casa, una casita baja de una planta en mitad del campo. Junto al lavadero había una enorme ventana, de manera que Arturo, situado entre la puerta y la ventana, veía todo el interior de la casa y, al abrirlo, disfrutaba de las vistas a las verdes extensiones.

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  • El Silencio

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un despertar en una mañana de un día cualquiera en la que el Silencio placentero se adueñó de todo.

    Los pájaros cantaban bajito, respetando el deseo del Silencio de imperar ante todas las cosas. Un Silencio bailarín y alegre que iba haciendo callar con el dedo en los labios a todo lo que se movía.

    El viento silbaba bajito, fresco, cerca de las orejas de los conejos salvajes que mordisqueaban bajito los tallos de las hierbas, con las orejitas gachas, para no molestar.

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  • El niño al que le gustaba poco leer

    Érase una vez que se era, como todo lo que existe y existirá, un otoño que decidió apagar todas las letras y hacer desaparecer todas las palabras. De repente, un olor ocre de humo que acompañaba a las últimas tardes de septiembre, fue cayendo inexorablemente sobre plazas, mercados, calles desiertas y bibliotecas. Y, misteriosamente, como si la neblina fuera suficiente para borrar siglos de historia, todos los libros del mundo se fueron quedando en blanco.

    Al llegar noviembre, sólo la mitad de los libros, muchos escritos en idiomas ya desaparecidos, permanecían resistentes a la fría neblina que todo lo borraba. Parecía una enfermedad. Se inició una campaña de investigación y numerosos científicos y estudiosos intentaron recuperar las palabras que se volatilizaban… era como si nunca hubiesen existido, como si la materia de la que estaban hechas nunca hubiese sido real. (más…)

  • La esencia

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una esencia tan antigua como el tiempo que quiso descubrir el significado de la muerte.

    Era esta una esencia dulce, penetrante, pero a la vez suave y llevadera, nada posesiva. A veces, parecía que se perdía y, quien la buscaba, cerraba los ojos y aspiraba profundamente para recuperarla de ese aire volátil que bailaba en todas direcciones.

    La esencia nunca había salido de su pedazo de campiña, de la que se alimentaba diariamente. En invierno, penetraba en la tierra, huidiza, húmeda, vistiéndose, gracias al verdor del campo, de notas de frescor incomparables. En verano, tórrida entre las hierbas resquebrajadas, se escondía entre las piedras, a la sombra de algunas hojas secas, para conservar crujientes notas de viveza. El otoño era un renacer de los sentidos, con el anuncio del frío invernal y sus noches de rocío danzarinas cantando la llegada de las tardes anaranjadas en el horizonte. Pero, sin duda, la reina de las estaciones era la primavera. (más…)

  • Un corazon (con acento en la o)

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un corazón cansado que latía con dificultad. Era este un corazón animoso y joven, cargado de ilusiones y esperanzas pero que, por algún motivo, en los últimos días, notaba su vigor aminorado y sus fuerzas reducidas.

    Miraba extrañado a su alrededor, contemplando las venas y arterias que de él salían dirigiéndose al resto del cuerpo, divisando a ambos lados a los pulmones que le miraban con cara de preocupación, intentando esforzarse más para que no faltara el oxígeno, asomándose a la izquierda del esternón para poder ver el resto de órganos, más abajo, tocando al compás de su latido para trabajar como uno sólo… Siempre había ido todo bien, pero hoy se sentía extrañamente cansado.

    Ventrículos, aurículas, tabique, válvulas (pulmonar, aórtica y mitral), aorta, «venas cavas»… El corazón hacía todo lo que podía, pero se sentía fatal. Le preocupaba que Aurora, su anfitriona, su «usuaria», su yo, en definitiva, estuviese sufriendo por su culpa. Notaba cómo ella se llevaba la mano al pecho e intentaba seguir con normalidad, pero se veía obligada a sentarse debido a la repentina fatiga.

    Algo iba mal. (más…)

  • La mirada

    Érase que se era, como todas las cosas que existen y existirán, un hueco en un muro viejo. Era un muro casi histórico, de esos que separan dos terrenos en el extenso campo verde, un muro de piedras y barro, con la consistencia que dan el paso de los años y el respeto ante algo que divide y nos dice qué es tuyo y qué es mío. Junto al muro, un árbol silencioso que casi nunca hablaba porque dormitaba la mayor parte del tiempo, cantando la canción del susurro de las hojas. El hueco, relativamente joven, oía hablar al viejo muro, compuesto de infinitas partes que a su vez opinaban sobre cada pensamiento y elucubración del anciano ya que, aunque eran historias que casi todos conocían, no les importaba escuchar cómo el muro las repetía una y otra vez. Y el hueco escuchaba siempre con atención cada historia.

    La que más le interesaba era la de su propio nacimiento, la que narraba cómo cayó la piedra que estaba antes en su lugar y cómo más tarde desapareció, llevada por alguna mano misteriosa. (más…)