Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una chica que se dedicaba a escribir cuentos en sus ratos libres (que eran pocos). Era Ă©sta una chica animosa, de grandes ojos y manos ágiles, como pequeñas alas que se deslizaban sobre el teclado acariciando las teclas, que pulsaba, a veces suavemente, a veces con más energĂa, todo con el fin de que sus pensamientos no quedaran atascados en su mente, con la intenciĂłn de sacar de su cabeza todas aquellas ideas de lo más profundo de su ser… bueno, ella sabĂa que salĂan gracias a las sinapsis de sus conexiones neuronales (porque Punset no paraba de repetirlo). Le gustaba mucho el mĂ©todo cientĂfico y deductivo y no dejaba que cualquier charlatán la embaucara con pulseras mágicas o leyendas urbanas. Cuando algo olĂa mal, por lo general es que era una patraña. TenĂa ella un sexto sentido para estas cosas…
Para escribir sus cuentos se documentaba, se inspiraba en la realidad y luego, a veces, inventaba… La realidad es maravillosa, es una magnĂfica fuente de inspiraciĂłn. ÂżQuĂ© hay más mágico que una gota de lluvia, cuál puede ser su historia, su proveniencia, su composiciĂłn…? ÂżO cĂłmo no investigar sobre las mariquitas para saber cuántas especies hay, o cuáles son sus enemigos naturales? Navegar por las estaciones del año, perderse en el mar, entrar en la que podrĂa ser la “vida” de un electrĂłn o intuir quĂ© piensa el cuerpo cuando el corazĂłn empieza a tener problemas…