
Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una caja azul metida en un trastero. Era una caja de cartĂłn que no podĂa contarnos mucho porque habĂa prometido guardar el secreto de su existencia y de su presencia en el lugar donde empieza este cuento. Y asĂ es como dejamos que la historia se cuente sola…
—
TenĂa doce años cuando se enfrentĂł a aquel reto.
Era pequeña, de dientes algo torcidos y pecas mal repartidas. Negros ojos, vivos y grandes, tal vez demasiado grandes. Un pelo rebelde, ni rizado ni lacio, siempre en un intento de recogido en forma de trenza o coleta. Tan delgada que toda la ropa le quedaba grande. Ni asomo de femineidad, lo cual la mantenĂa en un vilo constante, ya que la preadolescencia no perdona y las hormonas, crueles, hacĂan de las suyas, pero no de un modo visible.
Berta.
Además se llamaba Berta.
ÂżPor quĂ© no la habĂan llamado Laia, como su madre?