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  • La mariquita

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una mariquita que quería perder sus manchas. Era esta una mariquita de un intenso color rojo, una coccinella de una variedad abundante, por lo que no se podía clasificar como ninguna especie en extinción. A esta mariquita, lo de no estar arropada por una ley le fastidiaba bastante, porque consideraba que una especie tan pequeña y de tan delicada estructura debía ser  protegida por encima de otras especies más favorecidas como, por ejemplo, el elefante…

    Hay que decir que esta mariquita era muy quisquillosa, protestona y quejica, que  nunca estaba contenta y que se pasaba el día refunfuñando. Estas características no suelen ser comunes en las mariquitas, que son, por naturaleza, coleópteros alegres y de un humor envidiable. Pero se ve que los genes de este insecto, al que todos llamaban Paco (hablamos de un espécimen macho) habían acumulado la mala leche de muchas generaciones anteriores.

    Paco, pues, renegando de su estatus de mariquita «vulgaris», decidió ser diferente para pasar a ser bicho protegido. El plan era el siguiente: debía, en primer lugar, encontrar la manera de ocultar esos puntos negros que tenía sobre las alas (o élitros)… (más…)

  • La gota

    Érase que se era, como todo lo que ha existido, existe y existirá, una gota de lluvia, ligera, pero consistente, que eligió no caer nunca sobre superficie alguna para no desaparecer.

    Tuvo conciencia de sí misma cuando se sintió caer.

    Antes, vagas imágenes saltaban a su líquida memoria relacionadas con una enorme nube y miles de gotas acumuladas en ella, pero no podía asegurar que aquellos recuerdos fueran reales, ni siquiera podía asegurar que fueran recuerdos. Así que lo primero que sintió al dar comienzo su existencia como gota individual fue la sensación de estar precipitándose al vacío.

    Miraba a su alrededor mientras se deformaba por la velocidad y la presión y veía miles de diminutas gotas, como ella, maleables por la fuerza de la caída, deformadas y estrujadas por una intensa energía que podría asemejarse a la de las tías y familiares que te estrujan la mejilla de forma intransigente cuando tienes regordetes mofletes y ojos grandes. Es un impulso estúpido. Y así se sentía la gota: maltrecha en su recién estrenado infantil orgullo, manoseada por el aire. (más…)

  • La letra «a»

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una letra cansada que estaba harta de ser (mal) utilizada. Era una «a» minúscula, la primera de las vocales, la mayor y, por tanto, la que había tenido que ser la hermana responsable de todas las demás díscolas. Porque la «e» siempre había sido una rebelde independiente que no hacía caso a los consejos de la «a». Cuántas veces, por fastidiar, en vez de «e» se escribía «6» o «9».

    La «i» era más educada, tal vez porque no soportaba los desvaríos de la «e», pero era una olvidadiza y siempre se estaba dejando el punto por ahí, dando pie a la creación de la expresión «vamos a poner los puntos sobre las íes». La «o» y la «u» se llevaban muy bien entre ellas y la «a» las mimaba un poco, lo justo para que crecieran conservando la magia de la infancia. La «o» lo había pasado muy mal porque la llamaban gordita, actitud que siempre le sorprendía (no terminaba de acostumbrarse y respondía «Ooo» a cada rato, pero sobre todo cuando la llamaban gordita, ante lo cual la «u» se enfadaba muchísimo, impulsándose a sí misma y asustando a los que se metían con la redondita «o». Un «uuuu» bien entonado en mitad de la noche puede llegar a ser aterrador)… (más…)