CuentoFilia

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  • Mírame

    Fuente: masterennubes.blogspot.com.es
    Fuente: KOHL THRELKELD/NEWS SENTINEL

    Mírame. Quiero que me mires…

    Así. Mírame las arrugas. Sí, soy vieja. Tengo el pelo blanco y algo deshilachado. ¡Con lo bonito que lo tenía! Pero me he negado a cortármelo. Todas las mujeres, cuando nos hacemos viejas, nos cortamos el pelo. Yo me niego. Aunque esté quebradizo y tieso…

    Mírame la cara. Está surcada, ¿verdad? Son enormes. Si estirase todas las arrugas, dentro me cabrían dos caras nuevas… La piel está flácida y blandita. La firmeza despareció hace años…

    Mírame las manos. Bueno, las manos nunca han sido tu fuerte. Ya las tenías feas cuando eras joven. Pero ahora están cuarteadas y los dedos algo torcidos.

    Mírame a los ojos… Ya casi no te veo sin gafas. Empezó siendo presbicia y ahora estoy medio cegata. Pero bueno, te acostumbras.

    Mírame. Quiero que me mires.

    Estoy encorvada y me cuelgan las carnes. No quieras saber lo que fue de aquella chicha que te empezó a crecer en la tripa a los cuarenta… Ahora es un flotador. ¿Y las “alas de murciélago”? Me da la risa. ¿La piel arrugada de las rodillas y los tobillos? Ya ni me fijo.

    Los pies, madre mía los pies. Los juanetes son lo peor. No veas cómo duelen… Menos mal que es por temporadas y que se pueden operar cuando se ponen muy feos. Dicen que después se te queda la zona insensible. Pero mira, mejor así.

    ¿Hombres? ¿Sentirte atractiva? Pues claro que sí. Lo que pasa es que es todo tan distinto a los anuncios de la tele y a las películas románticas que nadie diría que estás flirteando. Yo me siento guapa, no te creas. Y me siguen gustando los hombres que me hacen reír… ese que sigue a tu lado y que todos los días te saca una sonrisa.

    Además hay otras cosas buenas.

    ¿Recuerdas los ardores? Pues se han ido. Ahora no puedo comer de todo, pero tampoco es tan grave. ¿Y los dolores de cabeza? También se han ido. ¿Y qué me dices de aquellas contracturas musculares? Fuera todo. Fuera pesadillas. Fuera insomnio.

    ¿Sabes por qué?

    Porque ya no tengo miedo.
    Ya no hay estrés.
    Vivo en paz.

    He aceptado y he perdonado lo que tenía que aceptar y perdonar. He querido y me han querido tanto y con tanta intensidad que se han cerrado todas las heridas. La calma ha ido llegando y ahora vive conmigo.

    Mírame. Quiero que me mires.

    No puedes esperar a hacerte vieja para dejar de tener miedo. Tienes que hacerlo ahora. Sé que sólo soy un reflejo en un espejo. Menos aún: soy la que tú crees que serás cuando seas vieja reflejada en un espejo imaginario. Añoras la calma y la paz que crees que sólo los años pueden dar.

    Pero tú eres fuerte. Siempre lo has sido.

    Mírame: quiero que me mires.

    Deja de tener miedo, pero hazlo ahora.

    Vive.

  • El tupper

    El tupper

    Adelino es de los de boina y chaqueta de pana. Camina despacio. Ya muy mayor, de cejas pobladas y surcos en la cara. Adelino camina encorvadito, con las manos a la espalda. Camina con sus albarcas en verano y sus zapatos de suela de goma en invierno. Le gustan las suelas de goma porque se siente más grande. Pero las albarcas dejan que sus pies cansados respiren mejor (y huelan peor, qué se le va a hacer).

    Adelino nunca sabe cuándo se van los dolores de las articulaciones, pero sabe cuándo llegan porque siente los avisos. Hace años que se entiende con los cambios de temperatura. Y se comunica con ellos: “Hola. Ya estás aquí. A ver cómo de fuerte vienes este año, jodío”.

    Este año se ha dado cuenta de que sus pasos son más cortos y que arrastra un poco los pies. Lo nota más con las albarcas. “Los años”, piensa. Cada tarde, cuando el tiempo lo permite, sale a la plaza y se sienta en el borde de la jardinera de obra de su árbol favorito. Él era pequeño cuando lo plantaron. Y ahí está, tan hermoso y oscuro. Dando sombra todo el año.

    Prefiere sentarse ahí que en los bancos que puso el ayuntamiento. También se está a la sombra, pero a él le gusta más la jardinera porque se le quedan los pies colgando y le recuerda a su infancia. Los vecinos le dicen que un día se va a caer una torta como siga dando esos saltitos para alcanzar la jardinera. Pero él piensa que cuando llegue el día, si eso ocurre, ya nada merecerá la pena. Así que sigue retando a la gravedad con su diminuto cuerpecillo.

    En su bolsillo, Adelino lleva un tupper. Es de esos pequeñitos que, en las colecciones de 24 tuppers, nunca sirven para mucho. No cabe casi nada. Pero él lo lleva siempre encima. Cuando se sienta bajo el árbol, una señora encina, saca el tupper y lo mira.

    Adelino entonces, como si de una película de Tolkien se tratase (él ha visto la saga de “El Señor de los anillo” en versión extendida y luego se ha leído los libros -le gustan más las películas-) se siente como el hobbit que lleva la pesada carga del anillo. Lleno de pesar pero, al mismo tiempo, con la sensación de tener que cumplir una misión, dura y dolorosa, pero necesaria. Adelino deja volar su imaginación. En su mente, rememora la plaza del pueblo cuando, muchos años antes, se llevaron a su padre para nunca volver.

    Dos gotas de sangre se hallaron sobre el suelo, en el que alguien había dejado caer unas bellotas. Una gota de sangre sobre una de las bellotas. La otra en la tierra. De esas bellotas crecería la encima que es hoy su sombra. La de la gota de sangre la cogió aquel niño Adelino y la guardó mimosamente en un pañuelo de hilo, el que ahora estaba dentro del pequeño tupper. Cuando miraba el tupper sentía la manaza de su padre sobre su cabecita, revolviéndole el pelo.

    Hoy Adelino ha decidido enterrar la bellota con la esperanza de que aún pueda brotar algo de ella. Se ha levantado muy temprano, aún con el alba, y ha ido a la plaza, a la zona que no está ensolada. Ha sacado el tupper. Lo ha abierto. Ha sacado el pañuelo de hilo, casi hecho jirones, y ha mirado la bellota seca. Tal vez no sirva para nada. Tal vez esté muerta. Pero Adelino sonríe cuando la entierra y la riega. Una vez terminada la operación, mete el pañuelo en el tupper y se vuelve a desayunar.

    Cuando amanece del todo, Adelino sale a la plaza con su ritmo bailarín, despacito, despacito. Salta sobre la jardinera. Se balancea peligrosamente (como siempre) y acaba sentadito con las piernas colgando. Saca el tupper y, como cada día desde hace años, lo mira.

    Versión sonora de «El tupper» en ivoox:

    Música de la introducción: Lee Rosevere, tema “Planet F” del álbum “Trappist 1”. Bajo licencia Creative Commons. Música del cuento “El Tupper”: Kai Engel, temas “Denouement” y “Tumult” del álbum “The Run” (2017). Bajo licencia Creative Commons.

  • La estrella fugitiva

    Créditos imagen: NASA/JPL-Caltech - http://www.spitzer.caltech.edu/images/5517-sig12-014-Massive-Star-Makes-Waves
    Créditos: NASA/JPL-Caltech

    “¿Horóscopo? ¿Qué horóscopo? ¿Qué es eso? ¡Anda, anda! Como si no tuviera yo bastantes preocupaciones para que me vengan ahora con tonterías, ¡vamos, por favor!

    ¿Pero no ven que esto está que arde? ¡La separación ha sido explosiva! Qué manía tienen algunas estrellas de explotar como supernovas… A ver ahora dónde me meto yo. La verdad es que todo el día orbitando y orbitando… ya estaba yo cansado de tanta vuelta. Hasta que mi compi reventó y ahora no hay manera de parar esto…

    Y digo yo, que a esta velocidad, a 86.000 km por hora -¡24 km por segundo!, que se dice pronto, oigan- como me la acabe pegando, el reventón va a ser para crear nueva estadística…

    Que si “estrella fugitiva” (mira, a ver si me contratan para hacer una película), que si “surcando el polvo espacial” (mejor me callo), que si “estrella desenfrenada surca el espacio” (¿desenfrenada?… ¡y cómo pretenden que me frene!), que si “estrella que se escapa”, que si “labrando el espacio” (qué romántico e inspirador)…

    Sí, sí, ¡mucho nombrecito y mucho titular y pocas aseguradoras, que nadie se ha ofrecido para echarme una manita! ¡A ver si se creen que esto es plato de gusto! ¡Cómo voy a estar de buen humor si a la que me descuido me pego una leche! ¡Y mi vida social, ¿eh?! ¿Han pensado en eso? No hay manera de parar en ningún sitio para tomarme algo (¡ahora que por fin entró en vigor la ley antitabaco!).

    Y si sólo fuera eso…

    Cuando mi colega explotó lo dejó todo perdido. No se pueden imaginar el desastre que tenemos por aquí. Pues para no pegármela (y porque uno es ordenado y limpio) no puedo parar de soplar para abrirme camino, que aquí está todo lleno de polvo y uno no está para andar pagando equipos de limpieza… qué se creían. ¡Con veinte veces el tamaño de su Sol necesito ejércitos para adecentar esto un poco! Y los astrónomos, con sus telescopios infrarrojos, ven mi estela y les encanta. Bonita es, ¡pero no se hacen una idea de lo que cuesta!

    Agotado estoy… ¿Porque saben cuánto tiempo llevo así? ¿Eh? ¿Listillos? ¡Pues un millón de años (año arriba, año abajo)!

    Me llaman Zeta Ophiuci, y como a alguien se le ocurra hablarme del horóscopo o del zodíaco o de alguna otra cosa de esas… ¡le doy un soplido!

    ¡Uy! No me puedo despistar ni un momentito, casi me como un trozo de roca… ¡Hala, a ver si alguien se apiada y me echa el freno! Aunque mucho me temo que esto va a terminar reventando por algún sitio. Si ya lo decía yo, no te juntes con estrellas más grandes que tú, que tienen un pronto… “.

     

    Inspirado en las noticias “Una estrella se escapa de la constelación que ha cambiado el horóscopo”, por Judith de Jorge/ABC; y en Hallan una estrella fugitiva labrando en el espacio”, Madrid/EUROPA PRESS.

    Cuento publicado originalmente el 01/02/2011 en CreativaCanaria.

    Créditos imagen: NASA/JPL-Caltech – http://www.spitzer.caltech.edu/images/5517-sig12-014-Massive-Star-Makes-Waves

  • Jack

    Guante de lana.Nunca sabremos de dónde vino, sólo que lo compraron en una tienda por tres euros. Al par. A los dos. Por tanto, a euro y medio cada uno. Al contrario de lo que pueda pensar la gente, dos guantes no tienen por qué llevarse bien. Ni siquiera tienen que conocerse. Pueden pasarse la vida sin hablarse. Es muy triste, sí. Pero es así.

    Nadie comprende cómo, habiendo estado juntos tanto tiempo (fabricación, almacenaje, transporte, exposición, adquisición, uso y, fuera de temporada, cajón de la derecha) tienen esa tendencia tan peculiar a permanecer como entes autónomos manteniéndose a la defensiva y evitando entablar relaciones profundas entre ellos. Tal vez lo vean como algo antinatural. Pero ¿qué puede ser lo natural en la vida de un par de guantes?

    Yo tengo una teoría. Jack sabía que, tarde o temprano, iba a pasarle lo que le pasó. Nos pasa a todos. Y, para evitarse disgustos, se dejó llevar por su tendencia natural al ostracismo (o, en este caso, al “guantecismo”).

    Aquel día ocurrió lo que todos tememos que nos ocurra alguna vez: se perdió.

    «No entiendo cómo le has dicho que sí, después de todas las conversaciones que hemos tenido sobre este asunto –María (pues así se llamaba la joven, aunque Jack no lo supiera) se sentó en el banco del metro, quitándose el gorro y sus propios guantes, sin ver que, en el respaldo, reposaba Jack-. ¿Pero no ves que te está engañando? No… No, cariño… No se trata de dinero. Pero si ya lo hemos hablado. Es tu dignidad, ¿no te das cuenta? ¡Así es como se desprestigia una profesión! Pues… pues ya nos arreglaremos. Ya… Ya sé que lo estás pasando mal… ¿Crees que yo no? No es… -se acerca, inexorable, el metro, y María se levanta y se aleja-«.

    Jack se queda perplejo. Señala en su mente lanuda las palabras nuevas que ha escuchado: “engañando”, “dinero” y “dignidad”. Empieza a darle vueltas a las posibles combinaciones de letras de palabras cuyo significado no acaba de entender. Porque Jack es un guante pequeño, como de mano de cinco años, y hay cosas a las que aún no ha tenido acceso. Aunque avispado (sin aguijones), Jack es aún joven para discernir ciertas cosas.

    Hay mucha gente yendo y viniendo y pocos se sientan en el banco del metro. Lo que más extraña a Jack es que pocos hablan. Leen, miran sus teléfonos móviles, hablan por teléfono… Jack está demasiado acostumbrado a una niña de cinco años que habla por los codos, habla de todo y con todos. Por eso le extraña. A Jack le gusta escuchar y ahora le resulta difícil. Sólo oye retazos, palabras sueltas, murmullos.

    Es curioso… Jack no está asustado. Tiene la sensación de que esto forma parte de su trayectoria vital. La vida de un guante de lana de mano pequeña implica perderse. Puede que esa sea su última etapa. Si nadie le ve utilidad, si nadie lo coge, si nadie…

    Ahora se ha espaciado el tiempo entre metro y metro y se empiezan a sentar personas. Si no se conocen, no hablan. Eso Jack no lo comprende. Si puedes hablar, deberías intentar hacerlo con los desconocidos. A los conocidos ya se lo has contado todo, ¿no? Tal vez por eso, en la genética de un guante, esté definido el no hacer buenas migas con tu reflejo especular, con tu guante opuesto… aunque a mí me sigue pareciendo una actitud muy, pero que muy rara.

    “Esa discusión no me interesa –se sienta una pareja mayor- porque es algo que hemos hablado un millón de veces y siempre llegamos, agotados, a la misma conclusión”. Ella tiene el pelo blanco, tirando a ese azul extraño que llevan algunas abuelas, fruto de una libre interpretación, en las peluquerías, de qué color proporciona mayor presencia a una dama entrada en años. Él está un poco calvo, y el pelo que le queda es gris. Se toca el cuello antes de replicar: “Ya sé que siempre acabamos en tablas, no se trata de convencer a nadie de nada. Y tampoco es una discusión, es una conversación. ¿No podemos hablar de este tema sin sentirnos… agredidos?”. Ella lo mira, sorprendida, y se levanta cuando ve que falta un minuto para el siguiente metro. “No sólo eres testarudo, también eres ingenuo. Y la combinación de las dos cosas te hace ser encantador, pero también pesado. Eres un cansino”. Él se levanta tras ella y ambos entran en el metro, despacito, de la mano. Cuando se cierran las puertas, Jack ve cómo se besan.

    Jack sigue ahí cuando se apagan las luces. Ha pasado mucha gente hoy por el metro. Perderse y que te coloquen sobre el respaldo de un banco tiene su encanto. Ha aprendido palabras nuevas. “Conclusión”, “agredidos”, “ingenuo”. “Cansino” ya se la sabía. Y sigue mascullando mentalmente las nuevas palabras, que ya forman parte de su acervo guantil.

    Al día siguiente, Marta hace el mismo trayecto que el día anterior. Hoy no ha llevado a la peque a la escuela, le tocada a Alberto, que le ha mandado un whatsapp por si sabe dónde está el guante que le falta. “Vaya, pues igual se le ha perdido. No le gusta que se los ate…”. “Bueno, no pasa nada –escribe Alberto-. Creo que debo tener algunos viejos míos por ahí que guardó mi padre, ya sabes que lo guarda todo. :)”. En ese preciso instante Marta pasa junto al banco donde está el guante. Jack la reconoce. Marta va mirando el móvil…

    Y pasa de largo.

  • El sistema solar no tiene nombre

    divertido-sistema-solar-600x375. From: http://wallpapers.org.es/divertido-sistema-solar/
    divertido-sistema-solar-600×375. From: http://wallpapers.org.es/divertido-sistema-solar/

    Vale que es una familia. Una familia con sus claros y oscuros, pero, al fin y al cabo, una familia. Y todas las familias tienen un apellido. Se perpetúan a lo largo de la historia (¿esta «historia» irá con mayúsculas?) dejando un rastro que creemos indeleble.

    La Tierra, el planeta, se escribe con mayúsculas. Igual que nuestro satélite, la Luna. Los demás planetas de la familia también tienen nombre, y se escriben con mayúscula. Mercurio, Venus, (nosotros), Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Parece que los más pequeños, pese a no ser planetas, tienen nuestro apellido (Sol) y sus nombres propios: Plutón, Haumea, Makemake y Eris.

    Hasta la galaxia en la que vivimos, la Vía Láctea, tiene nombre (¡se escribe con mayúsculas!), igual que Laniakea, el supercúmulo en el que estamos inmersos.

    Resumiendo: ¿se escribe «Sistema Solar» o «sistema solar«? ¿Con mayúsculas cuando hablamos del «nuestro» y con minúsculas cuando hablamos de otro sistema estelar? ¿Qué opinaría Carl Sagan ante este entuerto (y no nos sirve en inglés, que ellos todo lo escriben con mayúsculas)? ¿Es tan importante preocuparnos por unas mayúsculas…?

    Mientras, allá arriba, el Sol sigue calentándonos, la Tierra y los demás planetas, girando, Marte sigue escondiendo sus misterios, y la Voyager continúa su aventura, aunque aún están debatiendo los expertos si sigue con nuestra familia o, por fin, ha abandonado los confines del Sistema Solar.

    (¡Ups! Finalmente, se me ha visto el plumero. Pero, si al final es verdad que no tiene nombre, ¿no os da penita? ¿Le buscamos un nombre? Venga, aceptamos propuestas. Yo voto por «Hogar»).

  • La estrella y el polvo, un cuento con epílogo *

    http://www.eso.org/public/images/eso9846a/

    La estrella llegaba al final de su vida.

    Si las estrellas pudieran sentir, pensar o elaborar cadenas de palabras (en inglés, porque como en toda la ciencia ficción, si hay visita de extraterrestres, hablan en inglés… Pues esta ficción, aunque sin extraterrestres, no va a ser menos)… Como decíamos, ¿qué ideas asaltarían a esta gigante roja que empezaría en breve a perderse para dejar de ser un objeto y pasar a ser miles de ellos?

    Las partes empezarían a tomar conciencia, a discurrir, a sentir los efectos de la reciente muerte en sus recientes vidas. Un ciclo salvaje e impertérrito. Hermoso y cruel. Un ciclo cargado de incógnitas y de variables.

    Pero volvamos al principio, que nos estamos poniendo muy tremendos…

    Nuestra estrella había disfrutado de una larga vida. Es lo que ocurre cuando se tiene una masa relativamente pequeña. Las estrellas con hasta ocho veces la masa del Sol tienen una prolongada y pacífica existencia. Al contrario que sus primas, las estrellas masivas, que tienen una vida corta y explosiva (la vida loca, que se le llama).

    (más…)

  • La caja azul

    http://www.ile-aux-nounous.fr

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que existen y existirán, una caja azul metida en un trastero. Era una caja de cartón que no podía contarnos mucho porque había prometido guardar el secreto de su existencia y de su presencia en el lugar donde empieza este cuento. Y así es como dejamos que la historia se cuente sola…

    Tenía doce años cuando se enfrentó a aquel reto.

    Era pequeña, de dientes algo torcidos y pecas mal repartidas. Negros ojos, vivos y grandes, tal vez demasiado grandes. Un pelo rebelde, ni rizado ni lacio, siempre en un intento de recogido en forma de trenza o coleta. Tan delgada que toda la ropa le quedaba grande. Ni asomo de femineidad, lo cual la mantenía en un vilo constante, ya que la preadolescencia no perdona y las hormonas, crueles, hacían de las suyas, pero no de un modo visible.

    Berta.
    Además se llamaba Berta.
    ¿Por qué no la habían llamado Laia, como su madre?

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  • Porque el hombre, Sancho, nunca deja de soñar…

    Aquella tarde, sin saberlo, Don Quijote decidió cambiar el rumbo de la historia.

    Se lanzaría hacia los gigantes a sabiendas de que acabaría molido a palos… o no. Se colocó la destartalada armadura, subió a su maltrecho Rocinante y, mirando a Sancho, sonrió con la confianza de aquel que sabe que tiene razón. Lo había hecho en numerosas ocasiones y no podía defraudar a su nuevo lector.

    Pero, por una vez, alguien, en algún recóndito rincón del mundo, leyendo por no se sabe cuál vez aquella breve pero intensa aventura del caballero de la triste figura enfrentándose a los molinos de viento, por una vez, digo, el lector, sorprendido, leería una historia distinta.

    La propia pluma de Cervantes, aliada con la tinta en un arranque de independencia, había elegido otros caminos cuando se imprimió aquella versión, redactada en un mundo paralelo de fantasía: hoy el loco vencería a los gigantes.

    Y Sancho, perplejo, vio cómo Don Quijote se alejaba y divisó, no sin sorpresa, anchos brazos sobre enhiestas cabezas, gruesas piernas intentando aplastar al enjuto hidalgo en un lento y pesado caminar… Pero, inexplicablemente, no pudieron con él. (más…)

  • El bosque de cedros que reposa sobre tu hombro izquierdo

    No importa cómo lo mires. Respira, y dentro se mueven miles de cosas vivas. Oscuro, revela formas curvas que inhalan carbón, adheridas a ese hueco entre tu carne y tu piel más superficial.

    Cuando miro tu hombro izquierdo veo un bosque de cedros, movido por el viento, lleno de luces y sombras, con el color traslúcido de la carne emergiendo entre las ramas…

    Un bosque de cedros visto desde arriba, como si pudieras volar por encima de ellos y divisar las corrientes de aire en espiral. La mía es una perspectiva privilegiada. Puedo mirarlo mientras reposas. Mientras se desprenden los rastros del día y cae el sueño. Mientras aprietas contra mí el aire y lo comprimes.

    Sobre tu hombro izquierdo hay un bosque que parece milenario. Alguien dibujó unas alas extrañas, un renacer de ave mítica. Alguien quiso darte un Fénix color ceniza. Y te dio árboles como plumas.

    Mucho mejor.

  • Macroaventuras de un microbio

    Me presenté voluntaria para esta misión porque consideré que supondría un avance para la ciencia.

    Mi vida de Bacillus Subtillis (Bacu para los amigos, aunque a todas nos llaman igual…) es bastante rutinaria.

    Normalmente vivo pegado al suelo (como verán, utilizo indistintamente el sexo masculino y femenino, por eso de que no tenemos…-qué cosas-).

    La verdad es que como soy tan endiabladamente resistente pensé: “¿Por qué no viajar al espacio y pasar allí una temporadita? Total, el sueldo está bien y no voy a tener gastos. ¡Vámonos pues!”.

    Soy algo así como un extremófilo, entendiendo por extremófilo no aquello que se afila en un plis plas, no. Un extremófilo tampoco es un bicho extremista (es que he oído de todo en estos meses, antes de salir de misión, y me gusta dejar las cosas claras).

    Un microorganismo extremófilo es un bichito microscópico que puede vivir en condiciones extremas: lo mismo enterrada en el hielo del Ártico que en un ardiente desierto, o en líquidos ácidos o zonas radiactivas en las que se supone que nada vivo puede sobrevivir (valga la redundancia, pero es que no hay otra forma de decirlo… o sí, pero no me traje el diccionario por falta de espacio… menos mal que está la wikipedia).

    Parece ser que tengo una endospora bastante dura… en realidad, cuando veo que la cosa se pone fea, en unas diez horas tengo este escudo protector que me deja tranquilo. Eso no lo atraviesa casi nada. Y me quedo tan ancha. Me convierto en “SuperBacu”. No llego a ser un tardígrado, pero me defiendo bien. Por eso nos propusieron este viaje, para ver qué tal la vida aquí en el espacio para nosotras. De hecho, la nave se llama O/Oreos (Organism/Organic Exposure to Orbital Stresses), o sea, que nos van a poner nerviosas a ver qué tal reaccionamos (pero para mí que yo me voy a quedar igual…).

    Y aquí estamos: no hacemos mucho, la verdad es que esto se parece bastante a la rutina de allí abajo. Bueno, la diferencia es que al no haber gravedad no hacemos más que flotar, flotar, y flotar a 640 kilómetros sobre la Tierra en lo que llaman “microgravedad” (claro, al ser pequeñitas, todo es “micro”). Y es que estamos metidas en una nave del tamaño de una barra de pan (de las buenas, no de esas minis que venden ahora, que ahí sí que habría fricciones entre nosotros). Aquí no sólo estamos las Bacu, también hay Halorubrum chaoviatoris y cuatro tipos de materia orgánica…

    ¡Uy! Ya empieza lo bueno. ¡Marchaaa! Están empezando a darnos caña con la radiación ultravioleta y la radiación cósmica. Ay mi madre… nos están rehidratando. Pues nada, a ver qué tal van los experimentos. Esto va a ser la fiesta del siglo, aunque como empecemos a reproducirnos lo mismo se “calienta un poco la cosa”… por algo somos los organismos más extendidos del planeta, no nos para nadie…

    Por cierto, ¿no creen ustedes que para ser tan pequeños estamos viviendo una aventura impresionante? ¿Qué hace un microorganismo en una micronave espacial? Ya se lo digo yo:

    ¡Vivir una macroaventura!

    Inspirado en la noticia del diario ABC “Una micronave de la NASA pone a prueba la vida en el espacio , por Judith de Jorge/Madrid

    Publicado el 22 de enero de 2011 en el blog de CreativaCanaria, lo recupero aquí y se lo dedico a mi recién doctorada amiga Laura, que de bichitos extremófilos sabe un rato. 😉