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Etiqueta: miedo

  • MĂ­rame

    Fuente: masterennubes.blogspot.com.es
    Fuente: KOHL THRELKELD/NEWS SENTINEL

    Mírame. Quiero que me mires…

    Así. Mírame las arrugas. Sí, soy vieja. Tengo el pelo blanco y algo deshilachado. ¡Con lo bonito que lo tenía! Pero me he negado a cortármelo. Todas las mujeres, cuando nos hacemos viejas, nos cortamos el pelo. Yo me niego. Aunque esté quebradizo y tieso…

    Mírame la cara. Está surcada, ¿verdad? Son enormes. Si estirase todas las arrugas, dentro me cabrían dos caras nuevas… La piel está flácida y blandita. La firmeza despareció hace años…

    Mírame las manos. Bueno, las manos nunca han sido tu fuerte. Ya las tenías feas cuando eras joven. Pero ahora están cuarteadas y los dedos algo torcidos.

    Mírame a los ojos… Ya casi no te veo sin gafas. Empezó siendo presbicia y ahora estoy medio cegata. Pero bueno, te acostumbras.

    MĂ­rame. Quiero que me mires.

    Estoy encorvada y me cuelgan las carnes. No quieras saber lo que fue de aquella chicha que te empezó a crecer en la tripa a los cuarenta… Ahora es un flotador. ¿Y las “alas de murciélago”? Me da la risa. ¿La piel arrugada de las rodillas y los tobillos? Ya ni me fijo.

    Los pies, madre mía los pies. Los juanetes son lo peor. No veas cómo duelen… Menos mal que es por temporadas y que se pueden operar cuando se ponen muy feos. Dicen que después se te queda la zona insensible. Pero mira, mejor así.

    ÂżHombres? ÂżSentirte atractiva? Pues claro que sĂ­. Lo que pasa es que es todo tan distinto a los anuncios de la tele y a las pelĂ­culas románticas que nadie dirĂ­a que estás flirteando. Yo me siento guapa, no te creas. Y me siguen gustando los hombres que me hacen reĂ­r… ese que sigue a tu lado y que todos los dĂ­as te saca una sonrisa.

    Además hay otras cosas buenas.

    ¿Recuerdas los ardores? Pues se han ido. Ahora no puedo comer de todo, pero tampoco es tan grave. ¿Y los dolores de cabeza? También se han ido. ¿Y qué me dices de aquellas contracturas musculares? Fuera todo. Fuera pesadillas. Fuera insomnio.

    ¿Sabes por qué?

    Porque ya no tengo miedo.
    Ya no hay estrés.
    Vivo en paz.

    He aceptado y he perdonado lo que tenĂ­a que aceptar y perdonar. He querido y me han querido tanto y con tanta intensidad que se han cerrado todas las heridas. La calma ha ido llegando y ahora vive conmigo.

    MĂ­rame. Quiero que me mires.

    No puedes esperar a hacerte vieja para dejar de tener miedo. Tienes que hacerlo ahora. Sé que sólo soy un reflejo en un espejo. Menos aún: soy la que tú crees que serás cuando seas vieja reflejada en un espejo imaginario. Añoras la calma y la paz que crees que sólo los años pueden dar.

    Pero tĂş eres fuerte. Siempre lo has sido.

    MĂ­rame: quiero que me mires.

    Deja de tener miedo, pero hazlo ahora.

    Vive.

  • El grifo

    Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, un grifo que soñaba con que, algún día, alguien le enrollara un poquito de cáñamo, ya que se le había aflojado la junta y no le gustaba estar goteando todo el rato.

    Porque una cosa es abrir un grifo y usar el agua que corre firme y decidida, y otra muy distinta es no cerrarlo con la suficiente fuerza o dejar que un huequito traicionero deje escapar el preciado lĂ­quido o que el tiempo haga que esa gota siga cayendo, incondicional, porque nadie puede nada contra la gravedad.

    Arturo, nuestro grifo (¡no tienen por qué llamarse todos Roca o Grohe!), era de esos antiguos grifos de una sola llave. Vivía en un lavadero antiguo, de un mármol marrón veteado de blanco muy elegante (el lavadero, Curro, era muy buena gente, aunque un poco reservado). Estaba en un lugar un tanto extraño, ya que se encontraba pegado a la entrada de la casa, una casita baja de una planta en mitad del campo. Junto al lavadero había una enorme ventana, de manera que Arturo, situado entre la puerta y la ventana, veía todo el interior de la casa y, al abrirlo, disfrutaba de las vistas a las verdes extensiones.

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