Érase una vez que se era, como todas las cosas que han existido y existirán, una lata de cocacola muy especial. Era ésta una lata muy peculiar que habÃa recorrido mundo. Ya no era en absoluto parecida a una lata nueva, de esas que habitan en una máquina refrigerada en las que depositas una moneda, ni de esas relucientes que hay en las estanterÃas de los supermercados, no. Esta lata estaba toda abollada. Como era una lata antigua, habÃa perdido la argolla y sólo un triste tono anaranjado, recorrido por unas letras grisáceas, podÃa dar a entender que, en su dÃa, fue una brillante lata de cocacola.
Esta lata, que no solÃa dar mucho la lata, recorrió las carreteras a base de golpes. Recordaba su primer golpe. De hecho recordaba toda su vida, desde que salió de la fábrica, fue llenada del preciado lÃquido, depositada en una caja junto con numerosas compañeras, cual ejército rojo y plata, hasta que, situada en primera fila en la estanterÃa de una tienda de ultramarinos, en la esquina entre las calles «La Serrana de la Vera» con «El séptimo sello», en la ciudad de Venezuela, fue trasladada a la nevera para estar fresquita y, de allÃ, pasó a las manos de un chaval llamado Tito. (más…)