Aspiromán

1. De cómo Zelman conoció a quien sería Aspiromán
2. De cómo Zelman se convirtió en Súper Zelman
3. De cómo (otra vez) Zelman conoció a su nuevo vecino
4. De cómo (y dale) Zelman desesperó y resurgió de sus cenizas
5. Que trata (menos mal, ya era hora) del primer encuentro entre Súper Zelman y Aspiromán
6. De lo que sucedió a Súper Zelman tras su primer encuentro con Aspiromán
7. De culos duros, piernas hercúleas y pechos titánicos
8. Donde la protagonista de nuestra aciaga historia reflexiona sobre la vida y su verdadero significado
9. De cómo un imbécil incívico puede fastidiar la primera clase
10. Donde el iluso de Aspiromán cree que podrá dar la primera lección a Súper Zelman sobre cómo ser una superheroína
11. De lo que pasó cuando Súper Zelman descubrió que sus superpoderes eran, por decir algo, peculiares
12. De la vuelta a la vida normal tras su primer día de trabajo superheroico
13. De cómo el joven vecino de gafas de culo de vaso sigue resultando familiar a Zelman
14. Haiku superheroico: De la paz del mar y de las aves aprendo. ¡Atchús!
15. La primera misión: eso que antes llamaban sanidad pública (snif)
16. Sobre los lapsos de tiempo y la historia (y sobre no pagar el metro)

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1. De cómo Zelman conoció a quien sería Aspiromán

Todo fue por casualidad. Zelman había decidido eliminar de su repertorio todas las canciones que le evocaran tristeza, ya que era incapaz de superar tanto dolor intrínseco. ¿Cómo se distingue un dolor intrínseco de uno extrínseco? Es relativamente fácil de explicar… Digamos que un dolor intrínseco va asociado de forma inseparable a una imagen, un sonido, un olor, un recuerdo… no puede anularse. Un dolor extrínseco no va asociado a nada. Duele y ya está. Pero como llega, se va. El dolor intrínseco es como una hierba de esas que se te pegan cuando caminas por el campo. Se engancha y, a veces, mucho tiempo después, notas un picor y es un trocito de hierba que se ha quedado enganchada, escondida entre los pliegues. Sigue picando. Si al menos pudieras, como con la hierba, buscarlo con ahínco, encontrarlo y arrancarlo para siempre… Zelman se preguntaba todas estas cosas cuando, en un escaparate, vio algo que le llamó mucho la atención. Se trataba de una flamante aspiradora verde de segunda mano, muy normalita, digamos del montón. No tenía muchas funciones ni era muy moderna… Pero Zelman siempre había querido probar un cacharro de estos. Le maravillaba que algo tan pequeño pudiera aspirar con esa potencia. Que algo tan sencillo pudiera hacer desaparecer objetos como por arte de magia. Tragándoselos. Guardándolos en su depósito de almacenaje (esta aspiradora no era de esas que tienen bolsa). Así que entró. Preguntó si funcionaba bien. «Sí -le dijo el dependiente- su dueña se compró otra con funciones turbo y ya no necesitaba esta, pero está prácticamente nueva». Se la llevó por 30 euros. Aquí comienza la historia de Aspiromán.

 

2. De cómo Zelman se convirtió en Súper Zelman

Estas historias son todas muy parecidas, así que no esperen ninguna novedad. De hecho, si quieren pueden pasar directamente al capítulo 3 (si aún no está escrito, tendrán que esperar. Si ya está escrito, yo que usted leería este capítulo primero… la autora es traviesa y podría estar intentando gastarle una broma…).  Si Zelman pensaba que la aspiradora verde que acababa de adquirir por 30 euros le iba a aspirar la tristeza intrínseca… pues no estaba descaminada. Las sorpresas que se iba a llevar eran poco predecibles. Y, a veces, incluso, difícilmente explicables. Cuando llegó a casa con su flamante aspiradora de segunda mano (sí, ya sabemos que es una incongruencia, pero nos gusta), pensó en utilizarla para limpiar los huecos de las ventanas. Luego pensó que podría usarla para aspirar el polvo de las estanterías de libros… o, tal vez, para recuperar algún objeto perdido tras el frigorífico… ¡Sí! Eso haría. Se subió a un banquito de madera, subió el cuerpo de la aspiradora a lo alto de la nevera, tiró del cable del enchufe (parecía poder estirarse hasta límites insospechados) y se dirigió a la toma eléctrica más cercana. Al intentar enchufar la aspiradora algo inesperado (como todo lo que ocurre cuando no se espera que ocurra) ocurrió. Aún no sabemos si fue una descarga eléctrica o una eléctrica descarga, pero Zelman despertó varias horas después con un tremendo dolor de cabeza y una extraña sensación de ausencia. Tenía vagos recuerdos de color verde en movimiento. Varias imágenes confusas. Y la aspiradora, que se suponía debía estar sobre el frigorífico, no estaba.


3. De cómo (otra vez) Zelman conoció a su nuevo vecino

Allí estaba tirada en el suelo Zelman, algo aturdida, con la memoria traspuesta… Se levanto despacio, apoyándose en el banquito, buscando la aspiradora. Nada… No estaba. ¿Cómo era posible? Empezó a buscar… y nada. Entonces sonó el timbre de la puerta (no el del portal, ¡el de la puerta!). A Zelman no le gustaba nada abrir la puerta cuando no sabía quién estaba al otro lado. Miró por la mirilla (mirilla de miradilla) y vio a un chico joven, alto y fuerte (madre mía) con gafas de culo de vaso igualito que Supermán, pero rubio. Se arregló un poquito y abrió despacio, solo un poquito.

– Hola, ¿qué quería?
– Soy su vecino… oí unos ruidos y pensé que le había pasado algo…
– Pues… No, pero gracias. Bueno sí, pero no… (el chico sonreía, como si claramente supiera lo que había pasado, lo cual irritó sobremanera a Zelman. Inmediatamente el chico quitó la sonrisa de su rostro y carraspeó).
– Pues perdone que le haya molestado…
– No, no me molesta -dijo ella muy seria-, gracias por preocuparse, pero estoy bien, gracias.
– De nada… por cierto, soy su nuevo vecino, Jiri.
– ¿Como Jiri Kylian, el coreógrafo checo?
– No, como Jiri Rodríguez, aunque gracias, no sabía que hubiera un coreógrafo con mi nombre.
– Más bien al revés… usted lleva su nombre.
– Uy, claro, qué tonto…
– Bueno, perdóneme pero tengo… cosas que hacer.
– Sí, claro… Buenas tardes, señorita…
– Ay, perdone, qué torpe: Soy Zelman -dijo mientras alargaba su mano a través del hueco que dejaba la puerta-. Encantada. Y bienvenido al edificio.

Y dicho esto cerró la puerta y se quedó apoyada sobre ella, intentando recordar qué había pasado exactamente y por qué le resultaba familiar la mirada de culo de vaso del nuevo vecino.


4. De cómo (y dale) Zelman desesperó y resurgió de sus cenizas

Sudores nocturnos. Zelman había decidido acostarse y dejar que la luz del nuevo día (un magnífico Domingo de primavera) la sacara del aturdimiento. Así que se acostó sin saber muy bien si había sufrido una descarga eléctrica, un cruce de cables semiesquizoide, un vahído por el hambre, una intoxicación alimentaria, un subidón de azúcar… y sin saber si su aspiradora volvería algún día al redil (beeeeee)… Pensó que dormir le ayudaría a quitarse de la cabeza las verdes imágenes confusas mezcladas con la cara de culo de vaso del vecino. Pero cuando despertó en mitad de la noche, empapada en sudor, supo que algo no iba bien.

En realidad se sentía estupendamente, mejor que nunca, pero aquello no era normal. Sudaba. “Claro –se dijo así misma con notoria claridad… notoria porque hablaba en voz alta- es que no se puede dormir tan vestida, hija, que llevas puestas hasta las botas”. Silencio. Abrió los ojos de golpe (cuando digo de golpe, digo DE GOLPE). Se quedó petrificada, agarrándose a las sábanas. También llevaba guantes. Y le olía el pelo a flores. Y al abrir los ojos se dio cuenta de que, o estaba en Marte o tenía visión infrarroja. Dio el grito de su vida. Y las ventanas dobles no reventaron de puro milagro, pero sí lo hicieron las bombillas de las mesitas de noche y el espejo de su dormitorio quedó permanentemente dividido en dos con una fea grieta. Se quedó sentada en la cama literalmente acojonada (sí, qué pasa, porque yo lo valgo).

Se levantó y se miró al espejo. “La hostia… Pero… ¿qué coño…?”. Allí estaba ella, frente a su espejo rajado por la mitad, con un traje verde de pies a cabeza ceñido como un guante, taconazos verdes, un pelazo que parecía de anuncio de pantene y unos extraños ojos marrones. Intentó encender la luz pero no había bombillas… Abrió el balcón y allí estaba (estoy explotando esta expresión, que me encanta): su aspiradora. Y no os lo vais a creer, pero el cacharro empezó a hablar.


5. Que trata (menos mal, ya era hora) del primer encuentro entre Súper Zelman y Aspiromán

Allí estaban los dos, Súper Zelman y Aspiromán, en el balcón, mirándose, ella intentando huir mentalmente de la conversación que aquel cacharro había iniciado (y que ella, obviamente, no podía creer) y él intentando que ella lo escuchara. “Has sido elegida para cumplir una misión”, repetía el chisme verde en una extraña retahíla de frases de cómic. Y ella miraba a aquella cosa con ruedas y respondía. Bueno, más bien exclamaba… “Ahí va, la leche que me dieron… ¿pues no me está hablando el chisme este? Y tiene voz de tío…”. Se ve que Aspiromán tenía la paciencia tan pequeña como el depósito y acabó resoplando (nunca mejor dicho) y preguntando. “Vale, sí, soy una aspiradora, me llamo Aspiromán y me estás empezando a cansar”. Ella se llevó las manos a las caderas y respondió. “Mira bonito, vale que yo esté algo atontada, pero tú eres un aparato que se enchufa cuya misión es recoger mierda, pese a lo cual oigo perfectamente que me estás hablando de manera inteligible. ¡No puedo obviar que está pasando algo que no es normal!”.

“¡Tampoco es normal ese par de tetas que te han salido y no te quejas!”, respondió “airado” (otra, jejejejeje) Aspiromán. Ella se quedó callada, bajó la mirada, dio un respingo, se llevó las manos a las tetas, las tocó como si no fueran suyas… “¿Y esto? ¡Yo no he pedido esto! Pero… ¿qué coño…? –incómodo silencio-. ¡Ahh, no! ¡A mí me devolvéis las mías, ¿¿adónde voy yo con estos melones??! ¡Esto es una incomodidad!”. Súper Zelman siguió protestando. Estaba muy cabreada. Aspiromán hacía algo muy parecido a reírse (si es que las aspiradoras se ríen) y alzar una especie de ceja. Y Súper Zelman se iba exaltando cada vez más. Tremebunda con su capa, entró de nuevo a la habitación y Aspiromán la siguió. Ella se miraba al espejo boquiabierta, intentando abarcar con las manos aquellas cosas redondas. Aspiromán sentenció “Para ser una superheroína necesitas un buen par de domingas, si no, no sales bien en las fotos. Eso sí, un poco incómodas sí que son”. Ella respondió poniendo punto y final a la conversación: “Qué coño tengo que hacer para que me devuelvan mis tetas”.


6. De lo que sucedió a Súper Zelman tras su primer encuentro con Aspiromán

Aspiromán rodaba (no una película, sino que rodaba sobre sus propias ruedas, leñe) por la habitación un tanto sorprendido. No podía entender a aquella pelirroja que quería que le devolvieran su talla 85. Con lo bien que le quedaba la 100, con ese cuerpazo, esas caderacas, esa capa verde al viento (¡ah! Eso no lo habíamos contado. La capa ondeaba constantemente, hubiera viento o no, cosa que hasta ahora no había apreciado Súper Zelman, pero ya veréis cuando pase de las tetas a la capa… y lo demás). Súper Zelman seguía frente al espejo. Estaba amaneciendo y ella se miraba incómoda, estupefacta, aturdida… vamos que tenía un cabreo del quince (¿y por qué no del veinte…? ¿De dónde vendrá esta expresión? Reto para los lectores –si es que los hay-).

Aspiromán tenía su retahíla medio incomprensible, rueda que te rueda por la habitación, preguntándose por qué le habían elegido a él para enseñar a esta tía a ser una superheroína, y Súper Zelman permanecía en shock levitando a diez centímetros del suelo. Entonces ocurrió lo que ella estaba esperando. Cuando el primer rayo de sol se alzó sobre el mar, la tierra, los edificios, y rozó su pelo a través de la ventana abierta del balcón, todo volvió a su sitio. La aspiradora desapareció dejando una nubecilla de talco tras de sí. La talla cien volvió a la 85. Desparecieron capa, traje, guantes, tacones y visión infrarroja. El pelo volvió a ser melena no flotante. Y Zelman se encontró sobre la cama, con el pijama que se había puesto hacía unas cuantas horas, exhausta, sin bombillas y con el deseo de dormir y despertar sabiendo que todo había sido un extraño sueño. No contó con que el espejo seguiría ahí para recodarle, con su fea grieta, que Súper Zelman no debía gritar si no quería quedarse sin vajilla.

7. De culos duros, piernas hercúleas y pechos titánicos

Cuando la pobre Zelman despertó, unas cinco horas después, se sentía como una piltrafa. El sueño había sido profundo y reparador, pero ella tenía el cuerpo molido. El sol brillaba en la calle y la ventana del balcón seguía abierta. Un rayo travieso le dio en un ojo y la desperezó. No quería espabilar. No quería levantarse. No quería llevarse las manos al pecho… Pero respiró tranquila al notar que no llevaba guantes. ¿Pudo ser un sueño? Algo le decía que no. Al fin y al cabo, si iba a tener que aceptar que algo raro estaba ocurriendo, mejor hacerlo cuanto antes. Estas eran sus reflexiones cuando se levantó de la cama y, caminando por la habitación, pisó los restos del polvillo que había dejado Aspiromán al “desaparecer” con las primeras luces del día. Se agachó y miró su propia huella sobre el suelo… «Encima guarro –pensó-«. Cuando iba a la cocina a por la escoba y el recogedor (menuda paradoja, para recoger lo que soltaba la aspiradora) se le ocurrió asomarse al balcón, y casi le da un arrebato al ver a su vecino, el de las gafas de culo de vaso, corriendo por su calle a ritmo de Gi Joe.

No podía estar más bueno el hombre: con su pantalón corto, pese al fresquito primaveral, su camiseta sin mangas (sin mangas, por todas las valkirias desatadas, esos brazos) y sus gafas de culo de vaso (esto ya llega un momento en que ni lo ves) ese pedazo de hombre corría por la calle como si no estuviese rompiendo la calma a su paso. El aire se apartaba, y dos millones de vecinas, imitando a las valkirias, sacaban sus cuerpos por las ventanas y balcones para disfrutar del conjunto escultórico que ofrecía el muchacho: un trasero redondo y duro, unas piernas hercúleas y un pecho titánico bajo el cual latía un pedazo de corazón que, además de irrigar, hinchaba hasta la última de sus venas…  Zelman pensó que ya había tenido demasiadas emociones por ese día…  pero que tenía que invitar al vecino a tomar café. Nunca se sabe…



8. Donde la protagonista de nuestra aciaga historia reflexiona sobre la vida y su verdadero significado

«Vamos a ver, Zelman -se dijo a sí misma tras haberse duchado y haberse quitado de encima los litros y litros de sudor generados por tanto traje, tanta capa y tantos nervios-. No vamos a entrar en disquisiciones sobre la probabilidad de que te hayas vuelto loca -se sentó en la cama, envuelta en su albornoz, a secarse el pelo-, primero, porque no voy a intentar confirmar esta opción con nadie normal… Quiero decir que no voy a salir a la calle a preguntarle a nadie si ve lo mismo que yo, porque me arriesgo a que no sea así y me tomen por chiflada… -gesticulaba mirándose al espejo-. Por otro lado, si lo que está sucediendo es real… tampoco es que sea algo malo. Digamos que es… peculiar. Un acontecimiento extraordinario. ¿No es eso lo que todos queremos en la vida? ¿Vivir experiencias fuera de lo común? Bueno… La gente normal se va de viaje al Himalaya o bucea con tiburones… Tú no, tú te compras una aspiradora en un día de depre y luego te da una descarga para convertirte en una bola de pelo flotante… ¡Sin mencionar que la aspiradora te habla con voz de barítono! Bueno, volvamos al meollo… -silencio-«.

«Dado que, dos puntos, -se pone de pie y hace un discurso- mi vida no estaba muy ordenada antes de todo este follón; y dado que no tengo nada mejor que hacer, asumiremos TEMPORALMENTE -dice esto en voz alta y subrayando las sílabas- esta nueva situación. Esperaremos a ver qué pasa, y según se vayan desarrollando los acontecimientos, analizaremos cada punto del orden del día y actuaremos en consecuencia -ahora se miraba al espejo mientras puntualizaba-. Es MUY importante mantener la calma -fuera, anochecía-. En FUNDAMENTAL controlar la situación, por muy extraña que esta parezca. No vamos a dejar que esto altere nuestra PAZ INTERIOR».

Mientras decía «interior», algo parecido a un mini torbellino de viento verde entró en la habitación y la dejó lista para la acción. A su espalda, la voz de barítono que repetía: «¿Lista para tu primera clase, pequeña?».


9. De cómo un imbécil incívico puede fastidiar la primera clase

Se había hecho de noche y la aspiradora había aparecido cual héroe envuelto en su capa… solo que este estaba envuelto en polvo… Zelman (más bien Súper Zelman) notó unas sacudidas y, de pronto, estaba de nuevo enfundada en su traje verde cuyo pecho atravesaba un enorme rayo en forma de zeta. Volvieron los pelacos vaporosos, volvió a flotar sobre el suelo, a unos diez centímetros de la superficie… y se llevó las manos al pecho temiéndose lo peor  “¡Otra vez NO! ¡Los melones NO!”…

“No te preocupes, dijo la voz de barítono que salía de la aspiradora, he reducido notablemente la talla… así no sentirás el peso de la fama sobre tu… sobre ti –rectificó el cacharro-”.

“Menos mal, algo es algo… -miró al chisme y, valiente, se encaró con la realidad- A ver, qué hacemos”.

“Hoy aprenderás a controlar uno de tus poderes más importantes: tu capacidad para volar. Así que sal al balcón y lánzate”.

“¡JA! ¡Estás chalado si crees que voy a confiar en ti. Ya puedes empezar a explicarme por qué narices vuelo, qué leyes de la física me estoy cargando para poder flotar en el aire, qué narices hace que no pueda pisar el suelo ahora mismo…”.

Lo que podría ser el ceño de la aspiradora se frunció. “Nos ha salido contestona y curiosa… estos suelen ser los peores –lamentó-. Flotas porque el traje que llevas te da superpoderes y punto. Hoy no tengo el día para andar explicando tonterías…”.

Ella le interrumpió mientras salían al balcón con más preguntas atropelladas sobre gravedad, peso, velocidad, impacto y demás, preocupada por si se hacía puré al caer, por si se rompía algo, por si caía de cabeza… hasta que la aspiradora le dio un empujón (no me preguntéis como) y ella se precipitó hacia el suelo hasta que quedó suspendida de nuevo a unos diez centímetros, en mitad de la calle solitaria.

“Como eres novata tienes activado un sistema de seguridad para torpes –dijo susurrando Aspiromán-. La velocidad se reduce a medida que te acercas a un objeto de masa superior a la tuya. Con lo cual si te acercas a un pájaro te lo comerás con papas (a no ser que sea un pájaro estilo agujero negro, cosa más que improbable)… pero si hay un edificio irás frenando paulatinamente hasta quedar a unos diez centímetros, igual que con el suelo…”.

Ella miraba el suelo algo asustada, pero se recompuso y optó por la vertical… y se elevó veloz hasta una altura de unos 20 metros. Aspiromán la siguió intentando retenerla para que no cometiera imprudencias. “Al principio os da un subidón y hacéis muchas tonterías… tienes visión ultrazoom, es decir…”. “Ya sé lo que es un zoom, ‘polvitos’, tengo cámara de fotos”, tras lo cual empezó a volar de un lado para otro mirando hacia el suelo y haciendo zooms visuales de todo lo que había a sus pies, mucho más abajo, riéndose a carcajada limpia, sintiéndose la reina del mambo. “A esto me refería», dijo Aspiromán mirándola con cara de “esta tía es tonta”. Unos segundos más tarde, Aspiromán volaba tras ella asustado porque intuía que estaba a punto de meter la pata.

Súper Zelman bajó y se paró delante de un coche que, asustado, dio un frenazo de espanto. Con los brazos en jarra, ante un babeante conductor que se lo había hecho todo encima, ella se acercó a la ventanilla del coche. Ante un gesto de Súper Zelman, que sonreía, el conductor dio al botón y bajó la ventanilla. “Acabo de ver cómo tirabas un papel al suelo –dijo ella-”. “¿Yo? –inquirió sorprendido el conductor-”. “Sí, tú, mequetrefe”. “Pero si yo no… aahhhh… sí, pero era el papelillo del chicle que…”. “¿EL PAPELILLO DEL CHICLE NO ES BASURA? –gritó huracanadamente Súper Zelman dejando a su interlocutor sin cejas”. Aspiromán tuvo que intervenir con su discurso habitual: “Súper Zelman, azote de la injusticia, defensora de los débiles…” “¡Silencio, polvitos! A este se le van a quitar las ganas de tirar más mierda a la calle… Seguro que también eres de los que vacían el cenicero en la acera, ¿verdad?”. “Si yo no fumo…”. “NO IMPORTA, ahora mismo te bajas del coche y me limpias todo este lado de la calle, so guarro!”. “Lo que usted diga señorita, pero no me grite más…”.

Aspiromán quedó alucinado cuando, tras recoger los papelillos del arcén, el señor los tiró a una papelera y, Súper Zelman, contenta, le plantó un beso en la mejilla y le dijo “Así sí, majete”. Ver para creer. 😉


10. Donde el iluso de Aspiromán cree que podrá dar la primera lección a Súper Zelman sobre ‘Cómo ser una superheroína’

Tras dejar al pobre conductor en su coche, colocadito ante el volante, y con un enorme beso plantado en la mejilla, Súper Zelman se dirigió a Aspiromán (que por cierto, hemos olvidado decir que, obviamente, también vuela y tiene superpoderes y todo eso que ya se habrán imaginado… y más). Nuestra protagonista, orgullosa de su hazaña (luchar por un entorno limpio y libre de guarros, como ella afirmaba), le dijo a Aspiromán: “Bueno, tras esta interrupción ya estoy preparada para tus clases, polvitos”.

A Aspiromán le hacía gracia, no el nombre, sino los morritos que ponía Súper Zelman al decir “polvitos”, así que decidió no regañarle por el momento. “Está bien, Zelman…”. “Súper Zelman, si no te importa –interrumpió osada-“. “Claro, chulita, claro… te damos una capa y ya vienes con exigencias”… Esta conversación aparentemente banal y más típica de una pareja en ciernes, tenía lugar mientras ambos estaban suspendidos en el aire cálido de una noche cualquiera en una ciudad cualquiera (española, a poder ser, que no lo vamos a dejar todo a su libre disposición, señor lector o señora lectora)…

“Vale, dijo ella con menos humos, lo siento. Maestro (dijo inclinando la cabeza, con las manos unidas sobre el pecho), estoy preparada para tu primera clase. Haz de mí una digna aprendiz…”.

“¿Y eso lo has sacado de Kung fu?”

“¡Qué va, de Kill Bill, so carca… Kung Fu, dice… eso está más pasao ya…”.

“Claro, ¿y de dónde crees que saca Tarantino sus ideas si no es de Kung Fu? Además, para que te enteres, el malo de Kill Bill es el protagonista de Kung Fu, es el mismo actor, el Carradine… Tú no recordarás aquella escena en la que…”.

Mientras discutían esta serie de chorreces monumentales, indignas de dos personajes que deberían estar salvando al mundo en vez de perder el tiempo, mientras discutían, decimos, en la otra punta de la ciudad… en la otra punta de la ciudad… ¡EN LA OTRA PUNTA DE LA CIUDAD…!

(Bueno, estamos creando expectativas, y eso no nos corresponde a nosotros, los narradores… en realidad, si hacemos una medida geométrica exacta, en la otra punta de la ciudad no pasaba nada extraordinario, salvo si por extraordinario entendemos que la madre de Julito esté preparando una tortilla de dos plantas para que mañana el niño se coma un bocadillo más seco que la rodilla de una tortuga milenaria…).

Total, que allí estaban flotando sobre la ciudad nuestros dos personajes cuando, al otro lado de la ciudad (más o menos a unos veinte metros de la madre de Julito)… una señora paseaba a su perro con la fresquita… No, no es que hubiera ninguna persona llamada “fresquita”… Salir “con la fresquita” es cuando hace mucho calor y la gente sale a la calle al caer la tarde, con las temperaturas más bajas, con el frescor del rocío. Recuerden que hemos dicho que toda esta historia empezó en primavera, pero como tardo tanto en escribir los capítulos, ahora mismo, cuando estoy escribiendo éste, ya es verano, y yo tengo una empatía que no es normal, y no puedo ambientar esto si no lo vivo… Menudo rollo que estoy soltando. Vamos, que es verano y punto. Y ahora que lo pienso… ¿no les parece que este folletín está quedando muy largo? Voy a tener que retomar el estilo del folletín “chin pún”…

Total (otra vez), que la señora paseaba a su perrito. Era este un cánido muy pequeño, estilo rata pelona, feo como él solo… pero de eso nadie, ni siquiera él, tiene la culpa, ¿verdad? Pero miren que era feo el bicho. Bueno, el caso es que, en un momento dado, el animalillo adoptó la posición del can a punto de evacuar. Se agachó ligeramente, en esa ridícula postura, en ese momento en el que todos los que pasan cerca miran para otro lado porque estas cosas deberían ser íntimas y privadas… ningún perro merece que lo observen expulsar sus inmundicias como si fuera un espectáculo (culo), ni siquiera este feo can. Allí estaba él poniendo cara de “madre mía qué estreñido estoy, por todas mis garrapatas”, cuando empezó a salir la susodicha mierda (sí, qué pasa, “mierda” está en el diccionario). Y, aún no sabemos por qué, pero a Súper Zelman le empezó a salir un sarpullido y todas sus alarmas le dijeron que debía dirigirse con premura hacia… la otra punta de la ciudad… ¿Será la madre de Julito la siguiente víctima de Súper Zelman por no haber echado las mondas de las papas en el cubo de basura orgánica? Lo sabremos en el próximo capítulo del folletín. Mientras tanto, no olviden portarse bien y no tirar papeles por la ventanilla del coche, que nunca se sabe. 😉


11. De lo que pasó cuando Súper Zelman descubrió que sus superpoderes eran, por decir algo, peculiares

Aspiromán se quedó solo. Literalmente. Súper Zelman salió pitando. Literalmente.

Veamos esto por partes.

En el último folletín dejamos a la madre de Julito haciendo una tortilla de dos plantas y a la señora del quinto (esto es nuevo, no lo olviden) paseando al perro más feo del globo… bueno, el perro estaba ya en posición defecante. Las alarmas de Súper Zelman la empujaron a la posición exacta: grados… norte, latitud …. Sur… justo sobre la señora con el perro. Súper Zelman observaba atenta con su visión de superzoom al perro en posición de alerta, ya que intuyó que su misión era… garantizar que la señora recogía el regalito del pobre perruno.

Allí estaba ella en el aire, cuando llegó Aspiromán junto a ella y, sorprendido, le dijo: “Han saltado todas tus alertas de superprotectora, pero no veo que haya nadie en peligro… no hay ningún autobús lleno de niños cayendo por un puente, ni un avión precipitándose al vacío, ni un fuego arrasando un colegio… ¡ni siquiera un gatito en lo alto de una rama!”.

“Shhhhhh… Silencio, polvitos. Ahí abajo hay una señora con un perro”.

“… ¿y?”

“Shhhh… A ver qué hace la señora cuando el perro suelte sus desechos”.

“¿Cómo que a ver qué hace? ¿Es eso lo que has venido a hacer? ¿Pero cómo es posible que te salten las alarmas por algo así?”

Y allí estaba suspendida Súper Zelman, mirando hacia abajo, envuelta en su capa y sus pelos flotantes, viendo cómo cagaba el perro más feo del mundo. Mientras tanto, Aspiromán, confuso y alterado, giraba de un lado a otro sin comprender cuál era la misión que le habían encomendado a esta superheroína… Desde luego, si sus alarmas saltaban era por algo. ¿Estaba tal vez destinada a evitar guarrerías domésticas? ¿Qué era lo que tenía que hacer él para guiar sus pasos? Aspiromán debía enseñarle a controlar su poder, a dominar su fuerza, a encontrar el equilibrio… Pero esta vez era diferente. Era la humillación de los superhéroes, el colmo de los colmos, ¿un monstruo verde de pelo rojo que castigaba a viandantes si faltaban al civismo? No podía ser… debía haber algún error. Mañana consultaría con el oráculo para asegurarse de que las alertas saltaran por cuestiones realmente vitales. El mundo necesitaba alguien que lo rescatara (alguien que no fuera la Merkel, claro).

Entonces, nuestra protagonista salió pitando (de nuevo) con una recién estrenada supervelocidad en dirección al suelo y luego al quinto piso del edificio en el que la madre de Julito preparaba una tortilla.

Un timbre sonó. La dueña del perro más feo del mundo, la del quinto, abrió la puerta. Algo verde e imperceptible pasó junto a ella, pero esta vecina se asomó al pasillo y no vio a nadie. Volvió a entrar y cerró la puerta. Cuando la señora se sentó a cenar, en su plato había una preciosa y fresca caca. El perro más feo del mundo sonreía descojonado. Y Súper Zelman se permitió el lujo, ya que estaba, de pasar por el segundo piso y darle a la tortilla un toque esponjoso, añadiendo, cual gourmet, una pizca de orégano y un poco de levadura. Julito no tendría que atragantarse al día siguiente con su bocadillo. 🙂


12. De la vuelta a la vida normal tras su primer día de trabajo superheroico

Súper Zelman es una persona normal. Queremos decir que Zelman, cuando no es un bicho raro, es una persona casi normal… En realidad es una chica dulce, algo reservada, no muy llamativa… Digamos que, más bien, le gusta pasar desapercibida. Al igual que Supermán, Zelman es periodista. Trabaja en un periódico de internet (“El rastro falaz”, menudo nombre) lo cual está muy bien porque puede hacer “teletrabajo”, pero, por otro lado, genera bastante aislamiento. A ella le gusta hacer entrevistas y, si son en persona, mucho mejor. Se pasa horas pegada al teléfono o haciendo búsquedas por internet. También le gusta mucho ir a la biblioteca de su ciudad, donde consulta libros antiguos y la hemeroteca, que para ella es una joya de herramienta. Por supuesto, su sueldo es una mierda (no como la del perro, otra mucho peor) porque el trabajo de periodista está muy mal pagado y peor agradecido.

Al principio trabajaba sin contrato, pero un día decidió negarse a seguir trabajando en esas condiciones… y tuvo que buscarse otro curro. Al final encontró este, que le daba para pagar el alquiler y poco más. Había tenido un par de novios, pero nada serio.

Os preguntaréis “¿Por qué a estas alturas la narradora nos cuenta la vida de nuestra protagonista?”. Pues para que entendáis por qué el dolor intrínseco y el extrínseco son diferentes. Para que entendáis por qué a veces algunas cosas duelen y otras no. Para que entendáis por qué el vecino de gafas de culo de vaso pasó a ver a Zelman preocupado porque hacía días que no la veía (cronológicamente, dos días, pero obviamente el tío quería ligar… y algo tenía que inventarse).

Para que seáis conscientes de que Zelman tiene que comer y de que, por muchos superpoderes y mucho traje y mucha coña marinera, la comida, el alquiler, la luz, el agua, el teléfono, el IBI, la renta, el impuesto sobre circulación de vehículos, la gasolina, el puto rescate a los bancos, los caprichos de los Ratos, Mérkeles, Fábregas y fotocopias humanas de los mismos, las cacerías de la casa real, los imprevistos y la madre que los parió, no se pagan solos.

Dicho esto, sabed pues que nuestra Zelman trabaja desde casa la mayor parte del tiempo. Pero hoy no. Hoy Zelman está contenta. Hace un día estupendo y se ha levantado recordando la cara que ha puesto la señora incívica (y guarra, por qué no decirlo) que no recogió la caca de su perro. Ha recordado con satisfacción el grito de terror de la señora al ver la mierda en su plato. La mirada que lanzó a su perro. La actitud de no comprender nada… y la satisfacción al dar el golpe final: asomarse flotando a la ventana del salón de la señora en el quinto piso, hacerle “Ptz, ptz”, con una seña indicando que se acercara, ver cómo la señora, que tenía la ventana abierta, se acercaba ojiplática, y ponerle la puntilla diciendo tan pancha: “La próxima vez que no recojas la mierda de tu perro, te la comes”. Ver para creer. 🙂


13. De cómo el joven vecino de gafas de culo de vaso sigue resultando familiar a Zelman

Dejamos a Zelman lista y preparada para salir de su casa, feliz como una perdiz. Cogió su bolso, animada, sus llaves, su móvil, y abrió la puerta, y dio un grito… Plantado en la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja y con una flor en la mano, estaba el vecino, Jiri, como si hubiese estado ahí durante horas.

“¡Por Tutatis, qué haces ahí plantao?”

“Perdona, no quería asustarte, pero como hace un par de días que no te veo y sigo oyendo ruidos raros, pues… quería saber si estabas bien…”.

Ahí seguía él, de pie, con cara de bobalicón y ojos impenetrables (impenetrables porque a ver cómo atraviesas tú una superficie de cristal de centímetro y medio de grosor con una forma extraña y verdosa al fondo que, se supone, son los ojos del muchacho).

“Sí, estoy bien…”.

“Jiri, mi nombre es Jiri”.

“Sí, ya, es que no… ya… bueno. Estoooo… ¿y esa flor?”

“¡Ah! Es para ti. Tengo una maceta en mi balcón, el que pega con el tuyo, y están empezando a salir las flores y pensé que te gustaría…”.

Zelman, de pie, en su puerta, con su bolso y sus llaves, sonreía. Jiri, de pie, junto a ella, creemos que intentaba ver qué cara ponía ella. Este chico debía tener 3.000 dioptrías por lo menos… Al final él alargó la mano y le dio la flor. Ella alargó su mano y cogió la flor. Sus dedos se rozaron.

“Bueno, Zelman –dijo él retrocediendo lentamente hacia su puerta- como veo que estás bien… me vuelvo a mis cosas… Que tengas un buen día…”.

“Gracias Jiri… voy a poner la flor en agua. Ha sido un detalle por tu parte”.

“No es nada… -ya estaba dentro de su portal, a punto de cerrar la puerta- Espero que… bueno… que… eso”.

“Gracias Jiri”. Y él cerró su puerta despacio, y ella entró en su casa despacio. Llenó un jarroncito verde con agua del grifo. Puso la flor en él. Y, de nuevo, salió a la calle, mirando hacia la puerta de Jiri, pensando que esa cara le sonaba de algo… y que tal vez las aspiradoras no fueran la mejor herramienta para quitar el dolor intrínseco o extrínseco, pero que su vecino estaba como un queso y aquello solo podía ser algo bueno. En fin, no podéis evitar que esta narradora sea prosaica. Mejorando este final, digamos que Zelman sintió que algo mágico estaba pasando en su vida, y ese algo no tenía nada que ver con Aspiromán… ¿o tal vez sí?


14. Haiku superheroico: De la paz del mar y de las aves aprendo. ¡Atchús!

Pasaron unos pocos días. Aspiromán no se presentaba cada noche, afortunadamente. Ese ritmo superheroico no lo aguanta ni Ben Afleck. Vamos, que podía llevar una vida casi normal y, alguna que otra noche, «Polvitos» activaba el procedimiento por el cual todo se volvía verdoso a su alrededor y Súper Zelman salía a poner a prueba sus dotes y sus capacidades. Descubrió que si cerraba los ojos podía volar más rápido, con el consiguiente peligro que eso implicaba. Aspiromán volaba junto a ella y cuando la veía pasaba verdadero pánico. Por eso prefería llevarla a alta mar para el entrenamiento.

Súper Zelman también descubrió que si estiraba los brazos hacia delante como Supermán se frenaba (vaya engaño, y nosotros de pequeños con el brazo en ristre). Así que pegaba los brazos al cuerpo y la dirección del vuelo la guiaba la cabeza. Una vez entró en una nube de mosquitos y la diezmó salvajemente (unos golpeados contra su cara, otros tragados y los más desafortunados achicharrados por algo parecido a rayos apantallados, una especie de gafas invisibles que se activaron automáticamente para proteger sus ojos).

En otra ocasión estornudó… Aspiromán no podía creer lo que veía. Una superheroína no estornuda. Pero Súper Zelman soltó un bufido de tal calibre que Aspiromán tuvo que esforzarse mucho para impedir un tsunami… Y además se le escaparon dos litros de mocos… Una superheroína con mocos. Definitivamente, el mundo de la superheroicidad estaba cambiando.

Para Súper Zelman era un constante aprendizaje. Hacía muchas preguntas. Aunque ese aspecto de ella le gustaba, al tercer día Aspiromán comprendió que aquello no sería fácil. No tenía todas las respuestas… o no podía dárselas. Pero lo intentaba. Y al contrario que con otros superhéroes, trabajar con Zelman era divertido. No paraba de reír y de hacer chistes. Tenían interesantes conversaciones sobre todos sus superpoderes y cuando ella se relajaba Aspiromán descubría nuevas capacidades.

«Controlar los nervios es fundamental -decía mientras flotaban sobre un banco de peces-, abre las puertas hacia nuevos conocimientos. No aparecéis con un libro de instrucciones, eso son chorradas de las series de televisión. Aparecéis, los maestros sentimos la llamada, y juntos debemos aprender a descubrir para qué habéis sido elegidos». Súper Zelman, escéptica como ella sola, no aguantaba este discurso pseudo oriental… «Mira, polvitos, te estoy cogiendo cariño, pero pareces un haiku superheroico: De la paz del mar y de las aves aprendo… ¡Atchús! -fingió estornudar y ambos sonrieron-. ¡Todo esto debe tener una explicación! Que a ti te tengan engañado no quiere decir que yo vaya a estarlo también, algún día, tarde o temprano, acabaré sabiendo que esto es un complot de la NASA o un plan malévolo de algún gobierno para dominar el mundo. Seguro que juntando guiones de Star Trek me compongo una respuesta la mar de válida». Aspiromán sonrió (o algo parecido) y respondió, «Los superpoderes…», pero fue interrumpido por un temblor interno. «¿Qué pasa?», preguntó Súper Zelman.
«Tenemos una nueva misión. Y esta es de las gordas».

15. La primera misión: eso que antes llamaban sanidad pública (snif)

Todo pasó muy rápido.

Primero, el temblor de Aspiromán. Luego la revelación de la existencia de una misión, la primera realmente importante. Inmediatamente, la sensación de que era fundamental mantener la calma y permanecer atentos. Súper Zelman estaba aterrada. Sentía cosas removiéndose por dentro, pero no tenía ni idea de qué era lo que les esperaba. Mientras ambos volaban a gran velocidad, ciertos datos comenzaron a revelarse.

La ciudad se pintaba bajo ellos mientras avanzaban hacia el punto de contacto. Aspiromán frenó airosamente («¡airosamente!», ¿eh? ¿lo pillan?… Bueno, es igual). Se paró en mitad del aire y con el tubo señaló un punto en un edificio: «Allí. ¿Ves aquel despacho con las luces encendidas? Tienes que ir hasta allí. Tienes que impedir que alguien haga algo, aún no sé muy bien el qué ni cómo. Pero recuerda: no puedes utilizar tu poder para dañar a nadie… Bueno, sí puedes, pero intenta no hacerlo, ¿vale?».

Súper Zelman respiró hondo, como llevaba haciendo desde que «polvitos» entrara en su vida. Miró hacia el despacho y voló hasta allí. Se quedó en la ventana. Dentro había una mujer leyendo un documento. Terminó de leerlo. Cogió una pluma. Se dispuso a firmar. Y un rastro verde entró en la habitación haciendo volar los papeles. La mujer se quedó estupefacta, mirando a Súper Zelman, que flotaba en mitad del despacho con los brazos en jarra.

– ¿Qué es esto? ¿Cómo ha entrado en mi despacho? – gritó enfadada. Luego, asustándose a medida que hablaba y pegándose al respaldo de su sillón, añadió – ¡¿Q… Quién es usted?!

– Vayamos por partes. No es «esto», es «esta». Esta que tiene delante tiene un nombre. Buena pregunta… Me llamo… ¡Ah, sí! Me llamo Súper Zelman. He entrado volando, tiene usted la ventana abierta. ¿Quiere saber algo más?

– Qu… qué hace aquí… ¿Qué quiere? – La señora estaba obviamente nerviosa, aunque se mantenía erguida-.

– Pues mire, al principio no lo tenía muy claro, ¿sabe? Pero ahora con mi súper visión estoy mirando los papeles que tiene usted encima de la mesa. Y si no me equivoco eso es un documento que cede parte de la actividad de un hospital público a una empresa privada… ¿le parece bonito?

– Esto… ¡Esto es una intromisión al…! -gritó la señora empezando a mostrar algo de sustillo en la voz-.

– Pst, pst, pst… No se me ponga usted nerviosa. Siempre han existido clases, ¿no es así?

Súper Zelman empezó a flotar por la habitación despacio, mirando, los cuadros, los adornos, las fotos…

– Claro… Casualmente la empresa a la que va usted a conceder ese contrato tiene entre sus accionistas a algún amiguete suyo… ¿me equivoco?

– Es… Es una forma de ganar dinero para las arcas públicas… Necesitamos esos ingresos -dijo temblorosa la mujer-.

– Ya… ¡Y una mierda! -el aire se agitó en torno a Súper Zelman y la mujer cerró los ojos… ahora sí, la pobre estaba acojonadita-. Mire señora. Voy a dejar que se lo piense. Eso del «Pan para hoy y hambre para mañana» se está convirtiendo en un hábito y no nos lleva a ninguna parte. Si hace usted lo correcto, le ayudaré a enfrentarse con quienes la están presionando…

– A mí nadie me presiona, esto es una medida justa para…

– ¡PUES PEOR ME LO PONE! -huracanó iracunda Súper Zelman. – No voy a soltarle un discurso -se va acercando a ella-. Voy a explicárselo para que lo entienda: Yo soy «accionista» de la Seguridad Social. Yo pago mi cuota religiosamente. Y lo hago con un compromiso de solidaridad, para hacer que TODOS podamos acceder a la sanidad pública en igualdad de condiciones -su cara está casi pegada a la de la mujer, que tiembla sobremanera-. Ahora llega usted, como Telefónica (ahora Movistar), y me cambia las condiciones unilateralmente. Me quita mis acciones y los derechos adquiridos. Vende mis propiedades. Y aunque protesto como accionista afectado no me hace ni puto caso -ahora comparten sus respectivos alientos… se «masca la tensión»-. ¿Comprende usted mis inquietudes empresariales?

– Sí, tiene razón…

– ¿Verdad que sí? Piénselo un poco. Piénselo antes de firmar. No está salvando las arcas, está traicionando a los «accionistas». Y yo sé que esto a usted le da igual, pero se parece mucho a robar… -Súper Zelman se fue alejando hacia la ventana mientras se despedía-. No tenga miedo, no soy una villana, soy de los buenos. Sé que usted también es de los buenos… ¿verdad?

– Por supuesto, fui elegida por los ciudadanos para…

– Pst, pst, pst… No me haga recordarle su programa electoral. Solo le pido que se lo piense. Despacito. No puedo impedir que firme usted ese papel si quiere hacerlo -hablaba desde la calle, mirando hacia el interior del despacho a través de la amplia ventana abierta-. Pero si lo hace estará jodiendo a muchos ciudadanos. Y yo defiendo los derechos de los más débiles y todo eso que dicen de los Súper Héroes. Piénselo. Volveré otro día y nos tomamos un café para conocernos mejor – guiñó un ojo y desapareció.

La señora política tenía la pluma en sus temblorosas manos. El sudor perlaba su frente. Miró hacia la ventana. Se levantó y la cerró. Volvió a sentarse. Cogió el papel que había estado a punto de firmar… Lo miró y lo apartó a un lado. Se secó la frente con el dorso de la mano. Miró otro montón de papeles que tenía acumulados en otra esquina de la mesa y empezó a firmar algunos. Eran las facturas del Departamento de Cultura de hacía dos años… Ver para creer.

16. Sobre los lapsos de tiempo y la historia (y sobre no pagar el metro)

No deberíamos hacer esto. Es una especie de justificación, pero como la cosa es tan real como la vida misma (y por eso duele) vamos a tener que confesarlo: la historia de Aspiromán y Súper Zelman está parada porque esta realidad da mucho asquito. Nos gustaría contar historias en las que la defensora del civismo arrea a diestro y siniestro, sin pestañear, y se alza triunfante ante los desmanes y desdenes de los más o menos ciudadanos incívicos del mundo (bueno, del mundo todavía no, quedémonos en España, este cachito de mundo tan loco y asimétrico moralmente hablando).

Cuando esta historia empezó (en plena bonanza económica, llena de nuevos ricos con los bolsillos llenos por el ladrillazo), nuestra intención era, precisamente, criticar esos excesos incívicos, la falta de educación y los pechos de pavo de más de uno y más de una que poco imaginaban lo que les esperaba. Queríamos ironizar sobre detallitos: tirar basura a la calle, no recoger la caca del perro, poner los pies sobre el asiento de enfrente, no dejar salir del metro antes de entrar, arrojar restos por la ventanilla del coche… faltas de civismo, digamos, locales.

Pero esta crisis nos ha quitado las ganas de bromear. Por aquel entonces escuchábamos a quienes se enorgullecían de evadir impuestos, a quienes presumían de tener trabajadores sin contrato cobrando cuatro duros (y ellos con mercedes en las puertas de sus lujosas casas), a quienes admiraban a políticos corruptos que, una legislatura tras otra, salían elegidos en las urnas… Y no enmendamos. Llega la crisis y seguimos con una sucia picaresca obstructiva y lamentable.

Súper Zelman está durmiendo, porque no hay superpoder en el mundo para cambiar la mentalidad de un país entero. Porque el otro día se le ocurrió regañar a una chiquilla que entró al metro sin pagar y se le cayó el alma a los pies al pensar que, a lo mejor, sencillamente, no tenía con qué pagar.  Súper Zelman sigue esperando que un día de estos se le quite la tristeza y pueda volver a reírse con Aspiroman, a contárselo a ustedes, a sacar anécdotas que nos hagan pensar en lo fácil que sería todo si tan sólo intentásemos tener un poco de empatía. Hasta entonces, seguiremos en el “limbo”, durmiendo algo parecido al “sueño de los justos”, a ver si llega el momento en que esta superheroína pueda retomar sus aventuras.

Por su parte, Cuentofilia sigue su actividad (la de “publico cuando me sale un cuento”), así que, si les gusta esta página, no dejen de leernos.

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1 opinión en “Aspiromán”

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